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Sentado en una piedra solitaria, á despecho mio, me acude la idea de Andalucía, la idea del país en donde he nacido y me he criado. Hace veintidos años que dejé la casa paterna; volví á los nueve con el deseo de abrazar á mi madre; pero no pude verla; no estaba en el mundo; habia muerto. Á la hora de morir, cinco hijos rodeaban su lecho, uno faltaba.

Allí los jóvenes más ricos no se desdeñan de vestir la blusa del marinero o la camiseta. Al contrario, es de lo más fashionable, como ellos dicen. ¡Cuántos viajes habremos hecho río arriba! Luego cada poco tiempo hay regatas. Acude la gente como en Madrid a los toros, se cruzan grandes apuestas... ¡Es un recreo delicioso! ¡Qué entusiasmo entre nosotros desde muchos días antes!...

Si acude a la Justicia, quizá tendrá el gusto de ver en presidio a Antoñuelo; pero de fijo que no verá nunca los ocho mil reales.

Aquel cobarde que del triunfo dude, Quien al tirano eternizado crea, El que á los gritos del honor no acude Y do el pendon de libertad flamea, Ese es un vil de corazon cobarde Do el entusiasmo de la patria no arde.

En el público, y singularmente en lo que llaman ahora la hig-life, que suele dar ejemplo y tono, noto yo en España la más desdeñosa manía contra los que escribimos. Y es menester que trabajemos no poco para que esta manía desaparezca. Fuera del teatro, a donde acude la gente por lo muy aficionada que es a divertirse, apenas hay literatura popular en España.

Viene entonces la Muerte, en forma de caballero joven, armado de todas piezas, y con espada, y dice ser el ejecutor de la justicia de Dios; pero Daniel le encarga, que antes de cumplimentar en el Rey las órdenes divinas, lo exhorte á arrepentirse. La Muerte acude para obedecer al Pensamiento, y éste lo lleva á un jardín, en donde se solaza Baltasar con sus dos esposas.

En este tiempo estaba gran riqueza De barras en la playa, y por el llano La gente acude luego con presteza, Y viendo que surgia el Luterano, Sacaron fuerzas, todos, de flaqueza, Pensando de probar allí la mano: Los hombres con las armas acudieron, Las mugeres tambien allí salieron.

No había subido al pueblo, nadie había venido a visitarla ni aun sus mismos parientes, acaso porque no supieran que estaba allí. Sin embargo, aquella excitación placentera que acude siempre en toda convalecencia como una resurrección de la vida comenzaba a ceder. El cuervo de la soledad y el desconsuelo comenzaba a batir ya las alas negras sobre su frente.

El hecho viendo el indio derrepente, La carga de la plata deja y lios, Y acude contra Oyolas y su gente: No puede escabullirse, que los ríos Estan delante de él, y asì murieron El pobre, y los demas que con él fueron.

Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespetiva mesma del bachiller Sansón Carrasco; y, así como la vio, en altas voces dijo: ¡Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has creer! ¡Aguija, hijo, y advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores!