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Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían.

Se sabía que era un hombre hábil é inteligente; se había observado que recogía hierbas y flores silvestres, que arrancaba raíces, que cortaba ramas de los árboles del bosque, como persona familiarizada con las ocultas virtudes de lo que no tenía ningún valor á los ojos del vulgo.

Todo estaba sabiamente previsto por una imaginación familiarizada con los asuntos culinarios, y alguien pudo decir en la mesa, con verdad, que no era tan desdichada la vida en una isla desierta, como se decía en el Robinson Crusoe y en otros libros.

Al fin estuve a tal punto familiarizada con su círculo, que habría podido reconocer por su aspecto y por su voz a cada uno de sus criados, de sus amigos, de sus conocidos.

Un día, en el Palacio de Justicia, había podido convencerse de esta animosidad general, que empujaba á su defendida hacia los fusiles de la ejecución. La mujer encargada de guardar las togas, verbosa comadre familiarizada con el trato de los abogados ilustres, le había hecho conocer sus opiniones rudamente.

Al fin, aquella corza ligerísima, un poco más familiarizada con la vista del joven, principió á vagar por los contornos de la tienda, aunque siempre recelosa y pronta á escapar. Una noche Octavio le dió la mano al despedirse, como si se tratase de una persona formal. La niña se lo agradeció con una sonrisa.

La gente, familiarizada con el peligro y la muerte, no hacía gran caso de ellos. ¡Eran tantos los decretos, y por otra parte tan poco numerosas las personas del distrito que sabían leer! Pero si rara vez llegaban á ser una realidad positiva, estos documentos servían de un modo maravilloso al general cuando deseaba suprimir á alguien.

Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.

Pero estos rompecabezas, que en tiempos pasados preocupaban algo a los vagos, amigos de averiguar vidas ajenas, ya, por ser de todos los momentos, han llegado a parecer cosa natural y corriente. Familiarizada la sociedad con su lepra, ya ni siquiera se rasca, porque ya no le escuece.

Beppa la doncella, escuchábala atenta para comprender todas las palabras, con una admiración respetuosa de muchacha de la campiña romana familiarizada con la devoción desde sus primeros años. En el otro banco estaban Leonora y Rafael.