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Su tío el marqués de Moraima, que, aquí para entre los dos, ya sabes que es algo bruto, cuando habla de ella en los Cuarenta y cinco, dice que tiene sus sospechas de que sabe latín... ¡Qué mujer! ¿eh, Juanillo? ¡Qué hembra tan interesante! El apoderado hablaba de doña Sol con admiración, considerando extraordinarios y originales todos los sucesos de su vida, así los indudables como los inciertos.

Superior á esta tragedia es la comedia Lo que puede un empleo, de la misma época. Sin duda la forma tiránica de su desarrollo ha perjudicado algo á su animación poética, pero el plan es bueno, vivo el diálogo y lleno de vis cómica. Edipo y Moraima son tragedias de este mismo autor, de carácter también clásico, y que demuestran el dominio que tenía en la parte técnica de su trabajo.

Por un lado combaten caballeros enemigos en magníficos torneos y zambras; disputan vergonzosamente entre padre é hijo en los salones encantados de la Alhambra y del Generalife; ocurre la sangrienta catástrofe de la sala de los Abencerrajes, el asesinato de Moraima, y aquella lid, en que la bravura española defendió el honor de la calumniada reina de los moros contra los traidores Zegríes; y por otro observamos el enérgico sentimiento religioso, que se refleja en las aventuras del gran maestre de Calatrava, de Hernán Pérez del Pulgar y tantos otros caballeros cristianos.

Por la faja azul que limitaban las dos filas de aleros pasaba un nubarrón obscuro. No hay cuidao dijo el marqués gravemente . Al salir de casa he visto un papeliyo que lo yevaba er viento en una direcsión que yo me . No yoverá. Y todos asintieron, convencidos. No podía llover, ya que lo aseguraba el marqués de Moraima.

Junto a doña Sol mostrábase el marqués con dos de sus hijas. Anduvo Gallardo junto a la barrera con la espada y la muleta en una mano, seguido por las miradas de la muchedumbre, y al llegar frente al palco se cuadró, quitándose la montera. Iba a brindar su toro a la sobrina del marqués de Moraima.

El hijo del remendón enorgullecíase lo mismo que si hubiese entrado a formar parte de la noble familia. El marqués de Moraima era su tío; y aunque no pudiera confesarlo públicamente ni el parentesco fuese legítimo, consolábase pensando en el dominio que ejercía él sobre una hembra de la familia, gracias a unos amoríos que parecían reírse de todas las leyes y prejuicios de raza.

Desde ahí podréis juzgar si soy digna de que me apreciéis. Don Francisco entró. Poco después, quitada ya de en medio la mesa, sentada en el hueco de un balcón, Dorotea estudiando su papel de reina Moraima, entró el duque de Lerma.

Dijimos al final del capítulo LV, que cuando Casilda, la doncella de Dorotea, anunció á su señora la llegada del duque de Lerma, la Dorotea escondió á Quevedo en su dormitorio, á fin de que pudiese oír su conversación con el duque de Lerma, y que luego, quitado de en medio cuanto podía parecer extraño al duque, se sentó en el hueco de un balcón, y se puso á estudiar su papel de reina Moraima.

De esta guisa, como lacayos de casa real, servían las bateas de manzanilla a los ricos señores, algunos de los cuales habían suprimido la corbata. Por las tardes, al presentarse el decano, el ilustre marqués de Moraima, los socios formaban círculo en profundos sillones, y el famoso ganadero ocupaba un asiento más alto que los otros, a modo de trono, desde el cual presidía la conversación.

Otros jinetes quisieron salir en seguida a conquistar el aplauso de la muchedumbre, pero el de Moraima se opuso, dando preferencia a su sobrina. Si había de realizar una suerte, mejor era que saliese inmediatamente, antes que la torada se embraveciera con el continuo acoso. Doña Sol espoleó su caballo, que no cesaba de levantarse de manos, alarmado por la presencia de los toros.