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El patio está formado por una anchurosa y cuadrada galería, sostenida por ocho columnas dóricas, bordeada por una vetusta barandilla, sombreada por saledizos aleros negros. Dos de los lados han sido tapiados para formar habitaciones; los otros dos permanecen al descubierto.

Seguramente se habría llevado usted con sus rodillas algunos aleros, y en este momento la Universidad no está para nuevos gastos. Como Momaren es amigo del gobierno, el implacable Gurdilo se opone en el Senado á todo proyecto de aumento de nuestra subvención.

Aquellos tres oficiales, con sus uniformes; el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el médico, vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un gran sombrero de paja, sin el cual no podía andar por su castillo, ¡y él envuelto en su levitón solemne, que parecía asustar á los palomos refugiados en los aleros y los muros ruinosos!...

Dentro de Madrid vio las calles desiertas, sin carruajes, sin tranvías, todo igualado, arroyos y aceras, por aquella capa blanca, como si hubiese llovido sal. En los lados de las calles abríanse negros senderos de barro, por los que pasaban los escasos transeúntes entre un doble muro de nieve. Los árboles parecían de algodón; blancas vedijas pendían de los balcones y los aleros.

Así pues, el aspecto de la población con la estrechez laberíntica de sus calles, la pobreza exterior de sus casas y de tanto edificio religioso, con los densos batientes que proyectaban los arquillos, y los volados aleros y los ajimeces, debió ser lóbrego y triste, sobre todo, desde que el crepúsculo de la tarde comenzaba á envolver la ciudad en las sombras precursoras de la noche.

Al frente del inmenso grupo, iban unos mocetones con hachas de viento, cuyas llamas se enroscaban crepitantes bajo la lluvia, paseando sus reflejos de incendio sobre la vociferante multitud. ¡San Bernat! ¡San Bernat!... ¡Viva el pare San Bernat! Pasaban por las calles con el estrépito y la violencia de un pueblo amotinado, bajo el continuo gotear del cielo y los chorros de los aleros.

Ciertamente que las calles presentaban el mismo aspecto que antes, según las recordaba, y las casas tenían las mismas peculiaridades, con su multitud de aleros y una veleta precisamente en el lugar en que su memoria se lo indicaba.

Sus cerradas ventanas, sus espesas celosías, no daban paso a ninguna esperanza. Sin embargo, aquella fachada era tan elocuente, que no podía dejar de mirarla. Al apartarme de allí, el viejo muro con su puerta, sus ventanas, sus aleros y sus miradores, quedaba tan presente en mi imaginación como si fuese una fisonomía. ¡Cara funesta, que nunca tuvo una sonrisa para !

Basilio por su parte tampoco lo notó, ocupado en mirar hácia las casas, iluminadas por dentro y por fuera con farolillos de papel de formas caprichosas y colores varios, por estrellas rodeadas de un aro con largas colas, que agitadas por el aire producían dulce murmullo, y peces de cola y cabeza movibles con su vaso de aceite por dentro, suspendidos de los aleros de las ventanas con un aire tan deliciosamente de fiesta alegre y familiar.

Al poco rato, volando sobre la muchedumbre, vuelven a los aleros, solicitados por tierna prole, amor que les infunde coraje para cruzar a ras del aliento y de la gritería de cien mil personas.