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Estáis viendo el griego clásico: pórticos y columnatas. Luego, aparecen obeliscos egipcios, agujas que se lanzan al firmamento, sostenidas por otras agujas caídas. Más allá se distinguen montañas, Ossa sobre Pelion, la ciudad de los Gigantes que, regularizada, os ofrece murallas ciclópeas, tablas y dolmens druídicos. Debajo ábrense sombrías grutas.

La comedia española renuncia por completo á los preceptos dramáticos de los antiguos, ó más bien dicho, á las reglas señaladas por críticos sin juicio al drama clásico.

Corrían por la vecindad rumores alarmantes respecto á la existencia de cierta buena concordia, parecida á la familiaridad, entre el poeta clásico y doña Leoncia, la vizcaína. No penetremos en lo sagrado de estos clásicos y patroniles secretos. Doña Leoncia notó la presencia de un desconocido, y quiso darse tono. Se puso seria, y reprendió á los estudiantes por su poca formalidad.

Enfrente de este portal clásico había una puertecilla, y por los dos yelmos de Mambrino, labrados en finísimo metal del Alcaraz y suspendidos á un lado y otro, se venía en conocimiento de que aquello era una barbería.

Y es que, si con el derecho que da la historia de treinta siglos de evolución presididos por la dignidad del espíritu clásico y del espíritu cristiano, se pregunta cuál es en ella el principio dirigente, cuál su substratum ideal, cuál el propósito ulterior a la inmediata preocupación de los intereses positivos que estremecen aquella masa formidable, sólo se encontrará, como fórmula del ideal definitivo, la misma absoluta preocupación del triunfo material.

Permitaseme simbolizar con esta fábula la historia de los dos artes musulman y cristiano: los dos derivan en su orígen del arte clásico griego; pero el uno manifiesta en su desarrollo, degeneracion y muerte, el gérmen puramente materialista, mientras el otro revela en su crecimiento, siempre progresivo, que lleva por decirlo asi el aliento de la Divinidad.

En su vida cortesana, este poeta, que, como después veremos, pertenecía á la escuela clásica en todo su vigor, pasó algunos clásicos apurillos; mas después, escribiendo en casa de un abogado, desempeñando funciones modestas en el periódico El Censor, vivía siempre alegre, siempre poeta, siempre clásico, apreciado de sus amigos, con alguna fama de calavera, pero también con opinión de joven listo y de buen fondo.

Y yo, cristiano, aislado en un templo católico, teniendo a la cabecera de mi cama el Evangelio, cercado de existencias que eran encarnaciones de la Caridad, no podía partir del Imperio sin restituir a aquellos a quienes despojara, la abundancia y las comodidades honestas que recomendaba el clásico de la Piedad Filial. Entonces escribí a Camilloff.

De vez en cuando, y con ocasión de cualquier fausta nueva para la patria o familia real, escribía algunas décimas o tercetos en estilo clásico, un poco gongorino. Aunque algunas personas trataron de persuadirle a que los publicase, nunca esto se pudo acabar con él.

En efecto, los albaceas hicieron formal entrega de la preciosa reliquia a nuestro representante en París, y éste cuidó de remitirla al gobierno del Perú en una caja muy bien acondicionada. Fué esto en los días de la fugaz administración del general Pezet, y entonces tuvimos ocasión de ver el clásico estandarte depositado en uno de los salones del Ministerio de Relaciones Exteriores.