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¿Se habían modificado sus ideas en el curso de aquel paseo sentimental? ¿Ponía ya a un lado sus prejuicios? ¿Había pasado la barrera de los vanos escrúpulos? ¿Se iba a declarar pretendiente de aquella manita demasiado llena de oro? No, seguramente. Entonces... ¡Bah! ¿Qué importaba? ¡Qué tonta es la señora Razón congelada en sus principios e incapaz de comprender... lo incomprensible!

Se comprende lo que á me ocurrió: yo no soy rico, y en este país de negocios, el pobre no tiene autoridad sobre la familia. Además, junto á los prejuicios de la que fué mi compañera, estaban como refuerzo los de su madre y su hermana. Pero , que tienes la autoridad de la fortuna, ¿cómo has dejado que fuesen apoderándose de una mujer á la que amabas, separándola de ?

Hasta los que llegaban de fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera. Una vez continuó Valls vino un matrimonio belga a establecerse en la isla, recomendado a por un amigo de Amberes.

Amaba a Margalida, a la gentil «Flor de almendro»; estaba convencido de su pasión, e iría donde ella le arrastrase. Su propósito era hacer en adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escrúpulos ni prejuicios. Bastante tiempo había sido esclavo de ellos. No; ni reflexión ni arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con el mismo derecho que cualquier atlot de la isla.

Tales prejuicios de casta, o de pandilla, como diría Francisca, son tan extraordinarios que me producen el efecto de un gran anacronismo. ¡Bah! dije a la abuela, que estaba un poco sublevada con lo que acababa de oír; supongamos que vivimos en el siglo XVIII en lugar de encontrarnos en el XX, y todo será natural...

¡Muy curioso! dijo Cristián. Verdaderamente francés! Amigo mío, contestó el secretario, no hay que andarse con prejuicios ante el peligro. Es mejor ser curado por un presidiario que morirse tratado por un santo. Yes. ¿Y hay otros? ; le indico muy particularmente un joven de buena familia condenado á perpetuidad por haber matado á su querida.

En la dichosa época de que usted habla, los prejuicios eran tales, que los padres no se atrevían a desarrollar en sus hijas una de las más puras pasiones de un gran corazón, el amor a la belleza... Entonces existían muchas mujeres para las cuales la cultura de la inteligencia y la generosidad del alma eran causas incesantes de lucha y de discordia con sus maridos...

Ya ve usted que esto no vale la pena ni de decirlo; pero no encontrará usted menos justo que yo la arroje de mi casa, mientras espero que sus elocuentes declamaciones me hayan desengañado del todo de ciertos miserables prejuicios a los que tengo la debilidad de atenerme aún un poco.» «Ese sarcasmo es injusto le he contestado en un asunto como éste, en que se trata nada menos que de perder para siempre a una joven irreprochable; pero no es a a quien toca justificarla, y no dudo que la señora priora hará el sacrificio de su modestia a un interés tan precioso; ella conoce el motivo que conduce todos los días a Adela a la aldea, y la ironía ha encontrado, sin saberlo, la expresión justa cuando ha calificado de inocentes visitas el viaje oficioso de la caridad

Ella, conmovida por tantas emociones, los miraba con unas pupilas dilatadas é inciertas, como si no los reconociese. Al fin acabó por llorar, abrazándose á su padre. Luego, olvidando los prejuicios de los días normales, abrazó también á Watson y empezó á besarlo.

El hijo del remendón enorgullecíase lo mismo que si hubiese entrado a formar parte de la noble familia. El marqués de Moraima era su tío; y aunque no pudiera confesarlo públicamente ni el parentesco fuese legítimo, consolábase pensando en el dominio que ejercía él sobre una hembra de la familia, gracias a unos amoríos que parecían reírse de todas las leyes y prejuicios de raza.