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A cuyas palabras abrió los ojos Sancho, y alzó la cabeza (que inclinada tenía, pensando en la desgracia de su paseo), y, mirando al peregrino, conoció ser el mismo Ricote que topó el día que salió de su gobierno, y confirmóse que aquélla era su hija, la cual, ya desatada, abrazó a su padre, mezclando sus lágrimas con las suyas; el cual dijo al general y al virrey:

En esto se presenta D. Primitivo, y entonces el señor conde se bajó del carruaje y le dió un abrazo muy apretado y empezó á hablar con él que no cerraba boca. Después llega D. Juan Crisóstomo, y un poco más tarde el juez. Me dijo la señora Rafaela que el señor conde estuvo mucho menos cariñoso con el juez que con D. Primitivo.

Momentos antes de terminar el almuerzo llegó Ricardo que, al encontrarse con Melchor; lo abrazó efusivamente: ¡Que los cumplas muy felices! ¿Cómo te fue?... ¡Perfectamente!... ¿No te dije?... ...hasta donde es posible agregó Ricardo tomando asiento donde no había cabido el hermano de las rubias.

Don Simón no supo qué responder a esta parrafada. Estaba admirado de su hija, a quien jamás había creído mujer de tal tesón ni de semejante elocuencia. En cuanto a doña Juana, no sólo la aplaudió con todas sus fuerzas, sino que la dió un apretado abrazo.

Al ver a su tío delante, le dio un vuelco el corazón, se puso pálida, como a la vista de un grave peligro. Mediaron pocas palabras. Don Jaime se quejó de un fuerte dolor de estómago y Rosa se dispuso a hacerle una taza de . Pero antes de que hubiese terminado, el americano la abrazó de improviso.

A monk of another order said of it in the seventeenth century: "It is the pleasantest place of all about Mexico.... Were all deserts like it, to live in a desert were better than to live in a city." Después de este abrazo volvimos a montar a caballo, y continuamos nuestro camino en silencio, porque la emoción nos embargaba la voz.

Fue su quejido como un estertor de la virtud que expiraba en aquel espíritu solitario hasta entonces.... Y se alejó de Álvaro, llamó a Visita... la abrazó nerviosa y dijo, pudiendo al fin hablar: ¿A qué jugáis, locos...?

Cuando Fernanda entró en el gabinete alzó los ojos y clavó en ella una mirada penetrante que la abrazó de la cabeza a los pies. Ni la hermosura ni el porte, singularmente elegante, de la joven debieron dejarle satisfecho, porque la convirtió inmediatamente a los naipes y exclamó con insolente protección: ¡Hola, pequeña! ¿Eres ? ¿Cuándo has llegado?

Pues eso fue cabalmente lo que hizo, apretando a la hija de sus entrañas con un abrazo y estrechando con la otra mano la del marqués de Peñalta. Vosotros no me abandonaréis, ¿verdad, hijos míos? dijo el anciano levantando su noble rostro varonil bañado en lágrimas. Ricardo estrechó con más fuerza su mano. Marta apretó con más fuerza su cuello.

Hasta le consintió nuevas caricias de gratitud que él se juró serían las últimas, por lo de la economía, que le tenía maniático. Don Víctor supo aquella noche en el Casino que al día siguiente Petra pediría la cuenta, se marcharía. ¡Oh placer! Quintanar respiró con fuerza de fuelle y abrazó a su amigo. «Le debía algo mejor que la vida, la tranquilidad de su hogar doméstico».