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Llegaron al fin á una especie de solar grande donde había una miserable casita aislada, rodeada de platanares y palmeras de bonga. Algunos armazones de caña y pedazos de tubos de idem hicieron sospechar á Plácido que se encontraban en casa de algun castillero ó pirotécnico. Simoun tocó á la ventana. Un hombre se asomó. ¡Ah! señor... Y bajó inmediatamente. ¿Está la pólvora? preguntó Simoun.

Debía Chichoy decir cosas terribles porque hacía gestos asesinos con su soplete y ponía cara de tragico japonés. ¡Digan ustedes que se finge enfermo porque tiene miedo de salir! Como le vea... Al maestro le atacó otra violentísima tos y acabó por suplicar á todos se retirasen. Sin embargo, prepararse, prepararse, decía el pirotécnico. Si quieren forzarnos á matar ó á morir...

Al hombre, más débil y más inerme que el cordero, el espíritu, convertido en herrero y en pirotécnico, le ha dado armas y fuerzas mil veces mayores que las del león; al hombre, más desnudo que el perro chino, el espíritu, convertido en tejedor, en sastre, en zapatero y en sombrerero, le ha vestido más primorosos trajes que al pavón, al colibrí y al papagayo; al hombre, poco más listo que el topo o el mochuelo en punto a ver, el espíritu, convertido en fabricante de catalejos, le ha dotado de vista más penetrante que la del águila; al hombre, que jamás hubiera hecho natural e instintivamente algo que valiese media colmena, el espíritu, convertido en arquitecto, le ha enseñado a construir alcázares soberbios, torres esbeltas, pirámides ingentes, columnas airosas, cómodas viviendas, catedrales, teatros, y en suma, ciudades maravillosas; al hombre, que en el estado de naturaleza selvática es propenso a comerse a sus semejantes, y que se regalaba, y aun suele regalarse en algunas regiones, con ásperas bellotas, con cigarrones machacados o con pescado crudo y putrefacto, el espíritu, convertido en cocinero, le prepara artísticamente manjares agradables, hasta a la vista, y hace que uno de los actos que más le recuerdan lo que tiene de común con el animal sea un acto solemne, de corbata blanca y condecoraciones, donde tal vez se celebran los triunfos más trascendentales de la religión, de la ciencia, de la filosofía y de la política; al hombre, en fin, que después del pecado, se entiende, y en el estado de naturaleza y ya sin gracia, debió de ser casi tan feo como el mono, y más sucio que el cerdo, y más pestífero que el zorrillo, el espíritu, convertido en ortopédico, en pescador de esponjas, en fabricante de baños, en civilización para decirlo en una palabra, le ha hecho limpio, oloroso, aseado y bastante bonito para servir de modelo a la Minerva y al Júpiter de Fidias, al Apolo del Vaticano y a las Venus de Milo y de Médicis.

Plácido y el pirotécnico se cambiaron otra mirada. Si no llega á estar enfermo ese... ¡Se simula una revolucion! añadió negligentemente el pirotécnico, encendiendo un cigarillo por encima del tubo del quinqué; y ¿qué haríamos entonces? Pues hacerla ya de véras, porque, ya que nos van á degollar... La tos violenta que se apoderó del platero impidió que se oyese la continuacion de la frase.

Otra tos le volvió á atacar al infeliz patron y los obreros ú oficiales se retiraron á sus casas, llevándose martillos, sierras y otros instrumentos más ó menos cortantes, más ó menos contundentes, disponiéndose á vender caras sus vidas. Plácido y el pirotécnico volvieron á salir. ¡Prudencia, prudencia! recomendaba el maestro con voz lacrimosa.

Le he sacado de la deportacion donde se dedicaba á podar cocoteros y le he hecho pirotécnico. Volvieron á la calzada y á pié se dirigieron hácia Trozo. Delante de una casita de tabla, de aspecto alegre y aseado, había un español apoyado en una muleta, tomando la luz de la luna. Simoun se dirigió á él; el español al verle procuró levantarse ahogando un quejido.

Pues el señor se va a poner cátedra a la condesa de Cotorraso, que desea hablar con él, y usted se viene conmigo a ver una catedral gótica que el pirotécnico va a quemar ahora mismo dijo colgándose con desenfado del brazo de su amante. Alcázar se sintió feliz.

En aquel momento asomó la cara Plácido Penitente, acompañado del pirotécnico que vimos recibiendo las órdenes de Simoun. Todos rodearon á los recien llegados preguntando por novedades. No he podido hablar con los presos, respondió Plácido; ¡hay unos treinta! ¡Estaos alerta! añadió el pirotécnico, cambiando una mirada de inteligencia con Plácido; dicen que esta noche va á haber un degüello...

La fiebre levantina enloquecía a los nietos de los rífenos, y eran muchos los que, con la blusa chamuscada, sacudiéndose la lluvia de pavesas, corrían siguiendo la marcha del fuego, deteniéndose para silbar al pirotécnico cuando la traca se cortaba, apagándose por algunos segundos.