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Yo no veía más que una llanura infinita, plagada de costras y tumores; y los monolitos solitarios y dispersos, se me antojaban erupciones de verrugas asquerosas sobre una inmensa piel de leproso.

Tal vez algún día, con más vergüenza que aquellas infelices, tendría que tender la mano a las gentes, sintiendo calor en el rostro y en el estómago el cruel arañazo del hambre. Y como para sellar su pacto con la desgracia futura, cogió entre sus manos las desmelenadas cabecitas, besándolas en las sucias mejillas, en los labios cubiertos de costras.

Una multitud de accidentes seudo-inflamatorios se presentan en la superficie, tales como, tumefacciones rojas y calientes en el pabellon de la oreja, granos en la nariz que se escorian y trasforman en úlceras con costras y flujos de sangre, tumefaccion de los párpados que están rubicundos y legañosos.

Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél por la sombra de los corredores. El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes; seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener en fusión el cielo, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster Jones fué a la chacra, miró el trabajo del día anterior y retornó al rancho.

Entonces comprendí lo que valían los libros y las investigaciones arqueológicas de aquel hombre, destinados a reivindicar para su «patria chica» las glorias que se le negaban en la grande, sacándolas del polvo de los archivos y debajo de las costras de la tierra.

Y el aludido Monote, un gitanillo con el trasero al aire por las roturas del pantalón y la cara llena de costras, cogió el caballo del ronzal y salió corriendo por los altibajos de arena seguido de la pobre bestia, que trotaba displicente, como fatigada de una operación tantas veces repetida.

Ha hecho él más por la gloria de Vizcaya con sus empresas industriales, que todos aquellos Jaunes, sucios, barbudos y llenos de costras. Urquiola calló, desconcertado ante este elogio á su querido tío, temiendo que el millonario tomase la menor respuesta como un atentado á la gloria de su nombre. Pero doña Cristina vino en su auxilio para que la discusión no quedase ahogada.

El aguador de Sevilla, es el mismo de que habla Palomino, aunque su descripción adolece de poca fidelidad: según sus palabras «es un viejo muy mal vestido y con un sayo vil y roto que se le descubría el pecho y vientre, con las costras y callos duros y fuertes, y junto a tiene un muchacho a quien da de beber». Adornó primero uno de los salones del palacio de Madrid, se lo llevaron los franceses, fue recuperado del equipaje del rey intruso en 1814 después de la batalla de Vitoria; y Fernando VII se lo regaló al duque de Wellington que lo había rescatado.

Fenómenos semejantes se observan en la nariz y fosas nasales; cuando hay comezon y costras, flujo de serosidad ó de sangre, obturacion, coriza fluente, exigen tambien el carbon; estos síntomas se agravan ó aparecen despues de esfuerzos que agolpan la sangre á la cara. Cierta rubicundez con un poco de hinchazon de la nariz pertenece con especialidad al carbon animal.

La punta de una de sus barras hizo saltar del vagón varias costras de barniz y una ligera astilla. Los empleados prorrumpieron en imprecaciones y echaron pie a tierra, insultando a Zaratustra. Corrió la gente, aproximáronse los del fielato, y se formó un gran círculo de curiosos en torno del carro y de los que agitaban sus brazos increpando al trapero.