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Y el aludido Monote, un gitanillo con el trasero al aire por las roturas del pantalón y la cara llena de costras, cogió el caballo del ronzal y salió corriendo por los altibajos de arena seguido de la pobre bestia, que trotaba displicente, como fatigada de una operación tantas veces repetida.

Corrió la gente curiosa, agrupándose en torno á Batiste y el gitano, que seguían con sus miradas la marcha del animal. Guando volvió Monote con el caballo, el labriego lo examinó detenidamente. Metió sus dedos entre la amarillenta dentadura, pasó sus manos por las ancas, levantó sus cascos para inspeccionarlos, lo registró cuidadosamente entre las piernas.

Y allá fué Monote otra vez, trotando y tirando del ronzal delante del pobre caballo, cada vez más aburrido de tantos paseos. ¡Qué meneo! ¿eh? dijo el gitano . ¡Si parece una marquesa en un baile! ¿Y eso vale para usted veinticinco duros?... Ni un chavo más repitió el testarudo. Monote... vuelve. Ya hay bastante.

Mas no tuvo Monote que echar de nuevo los bofes, pues Batiste se alejó fingiendo haber desistido de tal compra. Vagó por el mercado, mirando de lejos otros animales, pero vigilando siempre con el rabillo de un ojo al gitano, el cual, fingiendo igualmente indiferencia, le seguía, le espiaba. Se acercó á un caballote fuerte y de pelo brillante, que no pensaba comprar, adivinando su alto precio.

El labrador fué sacando de su faja toda aquella indigestión de ahorros que le hinchaba el vientre: un billete que le había prestado el amo, unas cuantas piezas de á duro, un puñado de plata menuda envuelta en un cucurucho de papel; y cuando la cuenta estuvo completa no pudo librarse de ir con el gitano al sombrajo para convidarle á una copa y dar unos cuantos céntimos á Monote por sus trotes.

Vamos, que . Le jura por su salú que no haría esto ni por mi pare. Esta vez aún fué más viva y gesticulante su protesta al ver que el labrador no se ablandaba con la rebaja y á duras penas le ofrecía dos duros más. ¿Pero tan poco cariño le inspira esta perla fina? ¿Es que no tiene usté ojos para apreciarla? A ver, Monote: á sacarlo otra vez.

Es un animal de perlas; bien se ve que usted conoce las buenas bestias.... Y barato: me parece que no reñiremos.... ¡Monote! Sácalo de paseo, para que vea el señor con qué garbo bracea.

Aún tuvo que beber una segunda copa, obsequio del gitano, y al fin, cortando en seco su raudal de ofrecimientos y zalamerías, cogió el ronzal de su nuevo caballo, y con ayuda del ágil Monote, montó en el desnudo lomo, saliendo á paso corto del ruidoso mercado. Iba satisfecho del animal: no había perdido el día.

¡Mare de Dios! ¡Veinticinco duros!... ¿Pero se ha fijao usted en el animal? Ni robao se lo podría dar á tal precio. Pero Batiste á todas sus lamentaciones contestaba siempre lo mismo: Ventisinco... ni un chavo más. Y el gitano, apuradas sus razones, que no eran pocas, apeló al supremo argumento: Monote... saca el animal... que el señor se fije bien.