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Alguien se había interpuesto entre los dos, á pesar de que estaban abrazados estrechamente. El capitán, que empezaba á perder la conciencia de sus actos, lo mismo que un náufrago, descendiendo y descendiendo á través de las capas vibrantes de un placer sin límites, vió de pronto la cara de Esteban difunto, con los ojos vidriosos fijos en él.

Después, como arrepentido de su olvido, se apresuró a preguntar: ¿Y Pepa, tu mujer? Supongo que estará buena.... Se contrajo la frente del empleado de la catedral y sus ojos pusiéronse vidriosos, como si fuese a llorar. Murió dijo con laconismo sombrío. Gabriel se detuvo, agarrándose a la barandilla, como inmovilizado por la sorpresa.

Pero salgamos de las honduras en que nos hemos metido, y terminemos este artículo, que va siendo ya sobrado largo, afirmando que el libro del Sr. Taylor es muy agradable de leer, á pesar de los defectillos que hemos notado, y que, si procuramos no ser vidriosos, reconoceremos que cuanto el Sr.

El doctor emprendió el regreso y, cerca ya de Gallarta, notó que un muchacho de unos catorce años, un pinche de los que trabajaban en las minas, le seguía, marchando tan pronto á su lado como delante, siempre volviendo la cara hacia él, mirándole con unos ojos desmesuradamente abiertos, suplicantes y vidriosos como si fuesen á saltarles las lágrimas.

Y tampoco necesitáis tomar medidas; nada de ceremonias, nada de ceremonias. Y diciendo eso me miraba fijamente con sus ojos vidriosos, como si hubiera visto un fantasma. Después, de improviso, lanzó un grito estridente diciendo: Quitadme estas piedras que me aplastan el cuerpo. ¿Por qué me habéis sepultado bajo estas piedras?

Los ojos de Tòni, cada vez más hinchados y vidriosos, acabaron por soltar una lágrima... ¡Separarse así después de una vida fraternal en la que los meses valían por años!... Avanzó tímidamente para apoderarse de una de las manos de Ferragut, blanda, desmayada, inexpresiva. Su frío contacto le hizo vacilar.

Veía la muchedumbre indefensa y pacífica amontonándose en los botes, que zozobraban; las mujeres arrojándose al mar con un niño en brazos; toda la confusión mortal de la catástrofe... Luego, el submarino que emergía para contemplar su obra; los alemanes agrupados en la cubierta de acero húmedo, riendo y bromeando, satisfechos de la rapidez de su labor; y en una extensión de varias millas, el mar poblado de bultos negros arrastrados lentamente por las olas: hombres que flotaban de espaldas, inmóviles, con los ojos vidriosos fijos en el cielo; niños con la rubia cabellera tendida como una máscara sobre su rostro lívido; cadáveres de madres oprimiendo sobre su seno, con fría rigidez, el pequeño cadáver de una criatura asesinada antes de que pudiera darse cuenta de la vida.

Pensó en el toro, al que arrastraban por la arena en aquel momento con el cuello carbonizado y sanguinolento, rígidas las patas y unos ojos vidriosos que miraban al espacio azul como miran los muertos.

Y se encontró de pronto en una sala grande, que a él le pareció inmensa, blanca y con azulejos, y vio muchas camas, ¡muchas! con cabezas inmóviles hundidas en las almohadas, y en una de ellas un rostro entrapajado, casi oculto bajo el cruzamiento de los vendajes, unos bigotes con negros coágulos de sangre y unos ojos vidriosos por el espasmo del dolor, que le miraron tal vez sin reconocerle.

Los carabineros descubrían entre las rocas cuerpos destrozados en actitudes trágicas, con los ojos vidriosos casi fuera de sus órbitas. Muchos de ellos eran reconocidos como soldados por los andrajos que revelaban un antiguo uniforme ó las chapas de identidad fijas en sus muñecas. Pertenecían á Francia.