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Eran dos árboles más, dos plantas de aquel pedazo de tierra no mayor que un pañuelo, según decían los vecinos , y del cual sacaban su pan a costa de fatigas. Vivían como lombrices de tierra, siempre pegados al surco, y la chica, a pesar de su desmedrada figura, trabajaba como un peón.

Feli, arremangándose los brazos, pegados a su frente los rebeldes rizos con el sudor y el polvo, daba pataditas en el suelo y torcía el gesto, no encontrando nunca a su gusto la posición de la cama. Quería que se viese bien, que la luz hiciera brillar el oro con todo su esplendor: para esto habían gastado el dinero.

Tenía ya la perilla amarillenta, el bigote más negro que blanco, ambos adornos de la cara tan recortaditos que antes parecían pegados que nacidos allí.

Mozos y viejos, sucios y limpios, todos, van hechos una molola, pegados unos con otros; y así uno regüelda, otro suelta los vientos, otra descarga las tripas, vos almorzais; y no se puede decir á ninguno que usa de mala crianza, porque las ordenanzas de esta ciudad lo permiten todo

¡Valiente cosa les importaba bailar bien o mal y que se rieran o no los parroquianos del merendero!... Lo interesante era estar en brazos uno del otro, pegados desde el pecho a las rodillas, transmitiéndose el alma con el calor de sus cuerpos, confundiendo los alientos. Sentían una alegría loca, como si el sorbo de cerveza, que acababan de beber contuviese todas las embriagueces de la tierra.

Comparolo a grandes grupos de bollos, pegados unos a otros por el azúcar; después de mirarlo mucho por segunda vez, comparolo a una gran escultura de perros y gatos que se habían quedado convertidos en piedra en el momento más crítico de una encarnizada reyerta. Sentémonos en esta ladera dijo y veremos pasar los trenes con mineral, y además veremos esto que es muy curioso.

Y empezó una carrera loca en el profundo cauce, andando á tientas en la sombra, dejando perdidas las alpargatas en el légamo del lecho, con los pantalones pegados á la carne, tirantes, pesados, dificultando los movimientos, recibiendo en el rostro el bofetón de las cañas tronchadas, los arañazos de las hojas rígidas y cortantes.

La estera, la cómoda, los muebles, desecho glorioso de la anterior generación de Aransis, y sobre todo las múltiples láminas de santos y vírgenes, la estampa de los Comuneros y otros grabados de ilustraciones, pegados en la pared con graciosa confusión, la ocuparon todo el tiempo que allí estuvo.

Y añadí en voz alta: Veamos, señores, cuáles son esas proposiciones. Un salvo-conducto hasta la frontera y doscientos cincuenta mil pesos. No, no murmuró Antonieta casi imperceptiblemente. Todo es una traición. Generosa oferta dije sin perderles de vista un momento. Los tres se hallaban juntos y pegados a la puerta. Conocía bien a aquellos bandidos y no necesitaba las advertencias de Antonieta.

Siquiera, pegados á su mansión, como brahman meditando á la puerta de la pagoda, ofrécenle silenciosamente... ¿qué? la felicidad que da, y ese suave movimiento hacia él. Flor primera del culto instintivo. Amar y orar es pronunciar la palabrita que un santo preferiría á cualquiera otra oración, el «¡Ohcon que se contenta el cielo.