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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Despertó Julián cuando entraba de lleno en la habitación un sol de otoño dorado y apacible. Mientras se vestía, examinaba la estancia con algún detenimiento. Era vastísima, sin cielo raso; alumbrábanla tres ventanas guarnecidas de anchos poyos y de vidrieras faltosas de vidrios cuanto abastecidas de remiendos de papel pegados con obleas.

Lo que no entiendo, continuó alegremente el arquero mientras se preparaba á despachar su cena, es que mocetones como vosotros os avengáis á vivir pegados al terruño, doblando el espinazo y sudando el quilo, cuando tan buena vida podríais llevar bajo las banderas del rey. Miradme á . ¿Qué tengo que hacer?

Y así, desde hacía horas, vagaba bajo la lluvia. El reloj tocó las tres; en ese momento entró él, chorreando agua, con la mirada empañada, los cabellos mojados, pegados en desorden en su frente. Debía haber sufrido horriblemente. Quise acercarme a él, quise decirle una palabra de consuelo, pero no me atreví. La mirada huraña y sombría que me lanzó, me decía con bastante claridad: «¿Qué quieres?

El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió adelante, mientras ellas corrían á jugar este dinero, después de agradecer el regalo con una sonrisa de calavera, último resto de la gracia profesional. Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que vivían pegados á los engranajes de la formidable máquina, nutriéndose con las migajas de su trituración.

Hacía un calor espantoso; el cielo ardía implacable, sin una nube, como una cúpula roja; no se movía ni una brizna de viento; las velas, desinfladas, caían a lo largo de los palos; el mar, como un cristal fundido, reverberaba una claridad tan cruel que le dejaba a uno como ciego. En la cubierta, la brea se derretía; los pies se nos quedaban pegados; hacía un vaho de calor imposible de resistir.

Tal era la historia de Silas Marner hasta el decimoquinto año de su estancia en Raveloe. Todo el día se lo pasaba sentado frente al bastidor, con los oídos llenos de su ruido monótono, y los ojos pegados al lento progreso del lienzo uniforme y plomizo.

Modico lugar del enemigo mas vecino, puesto á la parte del estrecho, al medio dia de Galípoli, fué lo que pareció intentar de ganarla por sorpresa; y como no les sucedió bien, pegados casi al lugar se fortificaron, y abrieron sus trincheras.

Viven pegados a las enaguas de las beatas, como los gatos... Mira: yo, cuando salgo de decir misa, como ahora, y llego a casa, nunca dejo de soltarles media docena de... Pero , si estás agraviado, puedes llegar sin inconveniente a la docena. Una carcajada brutal, semejante a un rugido, sacudió su pecho vigoroso al pronunciar estas palabras. Sus ojos brillaron con franca, cordial alegría.

A pesar de sus notables prendas, doña Casta no le veía con buenos ojos, porque la crítica, francamente, como oficio para mantener una familia, no le parecía de lo más lucrativo. Pero Olimpia estaba muy apasionada; leía todos los artículos de su novio, que este le llevaba recortados de los periódicos y pegados en cuartillas, y con esta lectura se iba ilustrando considerablemente.

Era una señora bajita también, pero bien proporcionada, de tez pálida, ojos claros y facciones regulares. Sus cabellos rubios, donde brillaban muchas hebras de plata, estaban peinados formando un número considerable de ondas o rizos pegados a la frente con goma. Su traje era un poco extravagante, o por lo menos impropio de una señora de su edad, pues frisaría ya en los sesenta.

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