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A seguida Montiño revisó una por una las cacerolas puestas al fuego, se enteró de todos los pormenores, y viendo que todo estaba á punto para el almuerzo y la comida de sus majestades, se escurrió hacia la puerta de la cocina, evitando el mirar al alguacil, porque se le figuraba que no viéndole tampoco el corchete le veía. Este no dijo una palabra, pero se fué en silencio tras Montiño.

¿ eres Agustín de Avila, alguacil de casa y corte? dijo el duque. Humildísimo siervo de vuecencia dijo el corchete mientras Quevedo apuntaba en el libro de su memoria el nombre y la catadura del preguntado. ¿Has visto á don Rodrigo Calderón que está herido en mi casa? , señor. Te habrá dado instrucciones.

Continuas pendencias, alborotos y escándalos promovía el bravucón y sus amigos, y en uno de aquellos lances acudió en mal hora á poner paz un corchete llamado Gordillo, que ya era bien conocido de García, el cual fué lo mismo verle que arremeterle armado de una daga.

Yo, que vi cuán honrada gente era la que hablaba mi tío, confieso que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza. Echómelo de ver el corchete, y dijo: ¿Es el padre el que padeció el otro día, a quien se dieron ciertos empujones en el envés? Yo respondí que no era hombre que padecía como ellos. En esto, se levantó mi tío y dijo: -Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto.

-Agora, escribano -dijo Sancho-, yo que hay mucho que decir en eso. Y, en esto, llegó un corchete que traía asido a un mozo, y dijo: -Señor gobernador, este mancebo venía hacia nosotros, y, así como columbró la justicia, volvió las espaldas y comenzó a correr como un gamo, señal que debe de ser algún delincuente. Yo partí tras él, y, si no fuera porque tropezó y cayó, no le alcanzara jamás.

Mandó a Florela hiciese salir a algún criado a inquirir si en la calle había alguna novedad, o persona apostada o en espera que a corchete o alguacil o cosa de justicia se pareciese, y cuando supo que el barrio estaba tranquilo y que en diez calles a la redonda no había ni aun olor de gente de justicia, alegrose, o más bien, aunque ella quiso no conocerlo y se engañó a misma, contristose, porque mejor hubiera querido tener una excusa para que de su casa no saliese Miguel de Cervantes por aquel día.

Entraron en palacio, y al verse el corchete en un lugar donde no podía ser visto por los otros ministros del Santo Oficio, dijo al cocinero: De aquí no pasáis si no me dais lo que me habéis de dar. ¡Asesino! murmuró Montiño, y sacando cuatro doblones de oro los dió al corchete con el mismo dolor que si le hubiera dado un ala de su corazón. Esto es poco dijo el tremendo alguacil. No tengo más.

Al rumor de la gente, salió Tomás Pedro y su amo a la puerta de casa, a ver de qué procedía tanta grita, y descubrieron a Lope entre los dos corchetes, lleno de sangre el rostro y la boca; miró luego por su asno el huésped, y vióle en poder de otro corchete que ya se les había juntado; preguntó la causa de aquellas prisiones; fuéle respondida la verdad del suceso; pesóle por su asno, temiendo que le había #de perder,# o, a lo menos, hacer más costas por cobrarle que él valía.

Entrególas el alguacil. Idos, y que á persona viviente reveléis lo que habéis averiguado. Descuidad, señor dijo el corchete, y salió de la cámara andando para atrás para no volver la espalda al duque. Cogió éste y examinó minuciosamente los papeles que le había dejado el alguacil, y después los guardó en su ropilla y llamó.

Un corchete venía por delante meneando hacia uno y otro lado la humosa y enrejada linterna. Aquella luz alumbraba con crudeza los semblantes de los ministros. Ramiro reconoció al alguacil Pedro Ronco por la facha imponente. Las cejas y el mostacho parecían trazados con un tizón sobre su tez color sebo. El ruido autoritario de los pies y las espadas fuese alejando.