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El iris y la pupila, estriados de biliosas agujas, verdegueaban bajo un fluido transparente, que parecía renovarse sin cesar, como el de una mirada viva, y la boca se encogía bajo el mostacho, como si luchara por contener algún altivo denuesto. Máscara tiesa de cortesano disfrazando a medias la honra colérica, el brío estrangulado.

Más tarde, después de admirar el artificio de Juanelo, que remontaba el agua del río hasta el Alcázar, o de recorrer, uno a uno, los escaparates de las espaderías, íbase a visitar las iglesias; y, casi siempre, una hora antes del toque de oraciones, sin más que levantarse el mostacho con los dedos, entraba en el Zocodover y poníase a pasear por la plaza o por debajo de los soportales, hasta la noche.

Juan da media vuelta rápidamente y se pone a retorcerse el mostacho; espera salir de tan comprometida situación adoptando aires de conquistador, pero ni siquiera tiene valor para inclinarse hacia la joven.

Con el cabello duro y rojizo, sus gruesas gafas y el enorme mostacho cayendo a ambos lados de la boca y encuadrando la mandíbula, no era ciertamente hermoso como Selivestroff, pero tenía la magia irresistible del arte.

Otros galanes habían de aderezarse quizá, el juvenil mostacho ante aquel su espejo, cuando él no fuera sino un hato de podredumbre. La copa de Venecia pasaba de padres a hijos más vividora que las manos soberbias que la alzaban en los festines. ¿Qué pensar? ¿Qué hacer? El mismo se asombraba de las oscilaciones extremas de su ánimo. Volvió a mirar hacia la calle. Una hora pasó.

Después fui a buscar al sótano de Pütz una botella de su mejor Oporto, y me instalé frente al joven que, sentado en el sofá, hacía bailar la punta de su sable sobre la bota. He dicho ya que era un soberbio buen mozo. Grande, vigoroso, un verdadero dragón... un mostacho enmarañado, cejas negras, gruesas; y debajo, ojos como dos carbunclos.

Esto ha conmovido a toda la familia; por eso, cuando el viejo ha vuelto esta tarde, todos han salido a conocerle. Este viejo tiene la cara pálida, sin afeitar desde hace muchos días; su bigote cae lacio por las comisuras de la boca, y cuando sonríe muestra por los lados, en sus encías lisas, dos dientes puntiagudos que asoman por la pelambre del mostacho.

Señor mío dijo el alférez, retorciéndose su mostacho , yo soy un hombre que lo tomo todo con mucha calma, que antes de tirar de la espada, miro si hay motivo para ello, y que antes de ofenderme de las palabras de otro hombre, procuro conocer en qué estado se halla al decirlas. Vos estáis irritado, no si con razón ó sin ella.

¡Dios de Dios! exclamó el sargento mayor, atusándose el mostacho y parándose delante de Luisa, el un pie adelante, afirmando el cuerpo en el otro y la mano en la cadera; ¿pues por qué, buena moza, no estoy yo ahora en Nápoles? ¿Qué diablos tendrá que hacer este tunante en Nápoles? pensó Quevedo ; oigamos, y palabras al saco. Es que si te fueras y no me llevaras, yo moriría de pesar.

El mostacho, el tuzado cabello y la aguda barba cabría comenzaban a encanecer; pero las cejas conservábanse retintas, como dos plumas de tordo. Su pellejo era pálido, su mirada áspera, su gesto macho y soberbioso. Adivinábasele, desde lejos, la cólera fácil. No era muy docto; pero nunca faltaba en sus discursos uno que otro texto latino sobre la decadencia de las repúblicas.