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Después de este insulto supremo se sintió más ágil, y empezó á bajar unos peldaños, hasta dar con la cocina. Aquí admiró más que en los salones el bienestar de su nieta. ¡Qué abundancia! ¡Qué de cacerolas brillantes como astros!... La cocinera le hizo los honores de sus dominios, colocando sobre la mesa una botella y dos vasos. La bebieron entera, hablando de sus penas.

Pero él se guardaba bien de descubrirse... si no, ¡adiós platitos de arroz con leche! la escoba de Pampa y el vigilante... El sol entraba en el comedor, tan alegre, que parecía de primavera; a su grato calorcito, el morrongo de la casa, espatarrado, exponía su vientre de terciopelo. Afuera, cantaba Catalina la genovesa un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas.

Si el ama de la casa goza de algún bienestar, resplandecen en dos o tres chineros el cristal y la vajilla; y en hileras simétricas adornan las paredes de la cocina peroles, cacerolas y otros trastos de azófar o de cobre, donde puede uno verse la cara como en un espejo. La cordobesa es todo vigilancia, aseo, cuidado y esmerada economía.

La cabeza de niña, estilo de Greuze, era una maravilla de gracia inocente. Pues ¿y la riña en una posada flamenca? Era cosa de risa ver cómo volaban los tiestos hechos añicos, y rodaban las cacerolas de cobre, y los dos gañanes de Van Oustade, deformes y ridículos, repartían mojicones, menudeaban puñadas y exageraban con lo grotesco de la actitud su simiaca fealdad.

¡Ah! ¿del buen Montiño? ¿y ese mozo, es tan buen cocinero como su tío? Sabe á lo menos manejar la espada tan bien como su tío las cacerolas , contestó la reina procurando serenarse, porque la había turbado la imprevista pregunta del rey. ¡Ah! ¡ah! ¿es buen espada? Tan bueno, como que es quien ha herido á don Rodrigo Calderón. ¿El que ha herido á don Rodrigo? por cierto.

Desde la sombra de los vestíbulos, donde estaban durmiendo, lanzáronse fuera los criados haciendo resonar con palos, horcas y bieldos todos los objetos de metal que encontraban a mano, calderos de cobre, palanganas, cacerolas. Los pastores hacían sonar el cuerno pastoril. Otros llevaban caracolas marinas, trompas de caza.

En las paredes se veían cacerolas de cobre rojizo y lodos los chismes de la cocina de la casa, desde las sartenes y cucharas de palo, hasta el calentador, que también figuraba colgado en la pared como parte integrante de la batería de cocina. Aquel orden parecía algo absurdo y extraordinario, contrastado con la agitación exterior.

La Berrona era un animal, un fantasma ó un demonio muy grande, con dos ojos como dos hogueras, muchos pies y dos cuernos muy largos y muy derechos. Al andar hacía un ruido como de cadenas y cacerolas de latón que chocasen entre , y lanzaba berridos tremebundos, muy roncos y muy lentos, como las notas del piporro en las procesiones de la catedral.

Amén de estos goces culinarios, aficionose a los teatrillos del género chocarrero que tanto abundan en París: divirtiéronle las canciones picarescas, las muecas del payaso, la música retozona y los trajes ligeros y casi paradisíacos de aquellas bienaventuradas ninfas que se disfrazaban de cacerolas, de violines o de muñecos.

Llenaba aquel espacio, pulcramente blanqueado, una atmósfera que alimentaba; aspirábase allí una temperatura sofocante; cantaban, chirriaban, chillaban en coro una multitud de ollas y cacerolas; veíanse en medio de una niebla sui generis una multitud de hombres y de muchachos, oficiales los unos, pinches los otros, galopines los más y pícaros de cocina; aquel era un taller en forma, en que se iba, se venía, se picaba, se espumaba, se soplaba, se veían acá y allá limpios utensilios, brillaba el fuego y, últimamente, en una larga percha se veían capas de todos colores y espadas y dagas de todas dimensiones.