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Eso no habría hecho que usted descendiera en su concepto: ella debía pensar que en usted, como hombre, era natural la impaciencia del deseo, que el error había sido suyo, por no haberlo previsto. Tiene usted razón contestó Vérod, meneando lentamente la cabeza. Eso era natural. Usted no puede creer que una cosa natural no hubiera llegado a realizarse.

También en la Fábrica observaba Amparo que las paisanas eran las menos federales, las menos calientes, llenas de escepticismo y de picardía, decían, meneando la cabeza, que a ellas la república «no las había de sacar de pobres». Alguna tenía sus puntas y ribetes de reaccionaria; y en conjunto, todas profesaban el pesimismo fatalista del labrador, agobiado siempre por la suerte, persuadido de que si las cosas se mudan, será para empeorarse.

Y, para mostrar sus pies, levanta un poco el vestido; son unos zapatitos de seda celeste, de altos tacones, atados con cintas también de seda y celestes. Parecen muy estrechos dice Martín meneando la cabeza con expresión inquieta. Lo son, en efecto responde ella con una sonrisa. Las puntas de los pies me queman como si fueran fuego. Pero de esta manera bailaré mejor, ¿no es verdad, Juan?

Los jóvenes no responden, y Martín toma su silencio por una aquiescencia. Bueno, vamos. Se levanta. Gertrudis se despereza con semblante aburrido, mira a Juan con vacilación; después dice meneando la cabeza. No tengo ganas. ¿Qué es eso? exclama Martín completamente atónito. ¿Desde cuándo no tienes ganas de bailar? ¿Todavía estáis reñidos, eh? Juan se ríe levemente, y Gertrudis vuelve la cabeza.

Por lo demas, cuando una realidad cruel no ha venido todavía á desengañarlos, cuando en sus accesos de sinrazon se entregan sin medida á la vanidad de sus proyectos, no suele haber otro medio para resistirles que callar, y con los brazos cruzados, y meneando la cabeza, sufrir con estóica impasibilidad la impetuosa avenida de sus proposiciones aventuradas, de sus raciocinios incoherentes, de sus planes descabellados.

Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas meneando el cuerpo como las chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron el vuelo y se plantaron en el tejado.

Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico.

Ella recibió el golpe encogiéndose, retrocediendo, oscilando, dejándose caer en una silla, sin voz, sin pulso, sin alientos, sin lágrimas, meneando la cabeza y agitando los labios como una idiota, llevándose ambas manos al corazón, donde sentía algo que se le moría de pronto, cierta cosa helada y terrible como debe de ser la muerte...

Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego, al punto, todos a una, levantaron los brazos y las botas en el aire; puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; y desta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recebían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos las entrañas de las vasijas.

No juzguemos, pues, severamente a nadie, a fin de no serlo a nuestra vez; el destino es el que nos conduce y no nuestra voluntad. ¿De ese modo exclamó Amaury, me supone capaz de olvidar algún día a Magdalena? Antoñita palideció. Nada supongo, Amaury dijo el anciano meneando la cabeza; he vivido, he visto y .