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Tuvo por cómplice en su crimen á un corchete llamado Andrés, del que no sólo se sirvió para asesinar al capellán, sino á otro hermano suyo que con él vivía.

Menudeóse sobre dos jarros, y era de suerte lo que hicieron el corchete y el de las ánimas, que se pusieron las suyas tales, que trayendo un plato de salchichas que parecía de dedos de negro, dijo uno: ¡Qué mulata está la olla!

Yo que vi al corchete que, alargando la mano, tomó el salero y dijo: «Caliente está este caldo», y que el porquero se llevó el puño de sal, diciendo: «Es bueno el avisillo para beber», y se lo chocló en la boca, comencé a reír por una parte y a rabiar por otra.

Saltó el de las ánimas, y dijo: -Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque aguijase el burro, y porque no llevase la penca de tres suelas cuando me palmearon. ¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Juanazo en Murcia, porque iba el borrico con un paseo de pato y el bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ronchas.

El corchete soltó al cocinero, que se despidió, subió las escaleras, atravesó un pasillo, y se entró de rondón en la cocina, donde, envuelta en un pañolón negro, estaba Casilda gimoteando, asistida por algunas comadres de la vecindad y algunas doncellas de cómicas que estaban en la casa, y componían aquella especie de duelo criaderil.

Montiño tuvo en los labios la palabra os haré rico; pero meditó que acaso no era tan grave el motivo de su prisión, que fuese necesario herirse mortalmente para librarse de ella, y se calló, dió otro doblón al corchete y las gracias por haberle dejado subir hasta allí; salió, cerró cuidadosamente y, despidiéndose de su mujer, asegurándola que no tardaría, salió del alcázar con el corchete.

Ulloa de la Chica fué degradado públicamente por el obispo auxiliar don Juan de la Sal, y el día 20 de Mayo de 1623, fué arrastrado, ahorcándole frente al citado arquillo de Roelas, en unión del corchete Andrés, «á quien se le cortó la cabeza y la mano derecha, que se pusieron por algunos días en un árbol de la vecina Alameda

Y a mi compañero, con estas cosas, se le desconcertó el reloj de la cabeza y dijo, algo ronco, tomando un pan con las dos manos y mirando a la luz: -Por esta, que es la cara de Dios, y por aquella luz que salió por la boca del ángel, que si vucedes quieren, que esta noche hemos de dar al corchete que siguió al pobre Tuerto.

Yo, que vi cuán honrada gente era la que hablaba con mi tío, confieso que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza: echómelo de ver el corchete, y dijo: "¿Es el padre el que padeció el otro día, a quien se dieron ciertos empujones en el envés?" Yo dije que no era hombre que padecía como ellos. En esto se levantó mi tío, y dijo: "Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto."

Pero... un momento... un momento... Ni un instante. Os daré lo que queráis, si me dejáis dar una vuelta por la cocina y entrar en mi casa. Meditó un momento el alguacil. Se entiende que yo iré con vos. Venid dijo Montiño, disimulando su alegría porque se vió suelto. Vamos, pues dijo el corchete.