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¡Ay! Migajas se quedó deslumhrado, atónito, suspenso, sin habla. Púsose de rodillas y adoró á la señora como á una divinidad. Entonces ella tomó la mano al granuja, y con voz entera, más dulce que el canto de los ruiseñores, le dijo: Pacorrito, sígueme, ven conmigo. Quiero demostrarte mi agradecimiento y el sublime amor que has sabido inspirarme.

Yo, si no supiera el Padrenuestro y algunas migajas de buenas palabras que puedo recoger en la iglesia, por más que me pusiera de rodillas todas las noches no sabría qué decir. Sin embargo, señora Winthrop, siempre podéis decir alguna cosa que yo soy capaz de comprender observó Silas.

Inundósele el alma de pena al considerar que carecía de fondos para hacer frente á situación tan apurada. Con el abandono de su comercio se le habían vaciado los bolsillos, y una mujer amada, mayormente si no está bien de salud, es fuente inagotable de gastos. Migajas se tentó aquella parte de su andrajosa ropa donde solía tener la calderilla, y no halló ni tampoco un triste ochavo.

Has sido constante, leal, generoso y heróico, porque me has salvado del poder de aquellos vándalos que me martirizaban. Mereces mi corazón y mi mano. Ven, sígueme y no seas bobo, ni te creas inferior á porque estás vestido de pingos. Observó Migajas la deslumbradora apostura de la dama, el lujo con que vestía, y lleno de pena exclamó: Señora, ¿á dónde he de ir yo con esta facha?

Igual fenómeno en la literatura. Homero es el gran maestro del mundo helénico. Todos los poetas dramáticos, épicos ó líricos acuden á él para beber su inspiración. Esquilo, Sófocles, Píndaro y Eurípides confiesan modestamente que viven de las migajas de su mesa.

Las patas y mandíbulas despedazan la rica pieza, la disecan, la tijeretean, la parten en migajas para almacenarla en el depósito de provisiones. Muchas veces el poeta aún está en la agonía y sus alas baten el polvo con los últimos temblores. No importa. Su cuerpo se ennegrece cubierto por el tropel de enemigos.

«¡Qué baile! ¡Que pregone La Correspondencia» clamaron todos. Migajas se sintió desfallecer. Era en él tan poderoso el sentimiento de la dignidad, que antes muriera que pasar por la degradación que se le proponía.

Todos alababan la destreza del artista, todos se reían observando la chusca fisonomía y la chavacana figura del gran Migajas, mientras éste, en lo íntimo de su insensible barro, no cesaba de exclamar con angustia: «Muñeco, muñeco, por los siglos de los siglosEnero de 1879. En el jardín. Mayo se enojará, lo ; pero rindiendo culto á la verdad, es preciso decírselo en sus barbas.

Liette repasaba sin descanso las migajas de dicha escapadas de la mano avara del Destino, ya que estaba destinada a no sentarse nunca al festín de los dichosos. Su carácter leal y firme defendíale las lamentaciones estériles y las vanas recriminaciones. Lejos de achacar culpas a Raúl, hubiérale buscado excusas si él las hubiera necesitado a sus ojos; pero, lejos de vituperarle, le aprobaba.

Los pájaros se citaban al mediodía para recoger las migajas de su mesa; y con el alba, los niños llegaban en bandas bulliciosas al pie del lecho donde dormía el rey de barba de plata y le anunciaban la presencia del sol. Lo mismo a los seres sin ventura que a las cosas sin alma alcanzaba su liberalidad infinita.