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El anciano Brenn, al borde de la peña, con su pipa negra entre los dientes, las mejillas arrugadas como una hoja de col pasada, la nariz redonda, el bigote gris, los párpados fláccidos, caídos sobre el ojo sanguinolento, y las largas mangas de su hopalanda, que descendían a ambos lados del cuerpo, el viejo Brenn miraba hacia los diferentes puntos de la montaña que Hullin le indicaba; y los otros dos, envueltos en sus amplias capas pardas, se adelantaban, retrocedían, se llevaban las manos a las cejas y parecían absortos por una atención profunda.

Restablecido el orden y después de haberse hecho comprender al buen hombre, por medio de enérgicas demostraciones, que la ofensa de Tennessee no podía ser expiada por compensaciones metálicas, su fisonomía tomó un color más sanguinolento aún, y los que estaban cerca de él notaron que su ruda mano experimentaba un ligero temblor.

Pensó en el toro, al que arrastraban por la arena en aquel momento con el cuello carbonizado y sanguinolento, rígidas las patas y unos ojos vidriosos que miraban al espacio azul como miran los muertos.

Era un hombre cubierto de andrajos, y que andaba con un pie y una muleta; la otra pierna era un miembro repugnante, el muslo hinchado y cubierto de costras, el pie colgando, seco, informe y sanguinolento. Mostraba aquello para excitar la compasión. Era la pierna para él su modo de vivir, su finca, su oficio, lo que para los mendigos músicos es la guitarra o el violín.

Pero ved, a través de la bulla de los actores como una forma rampante hace su entrada! Una cosa roja, color sanguinolento viene retorciéndose de la parte solitaria de la escena. ¡Cómo se retuerce! Con mortales angustias los actores constituyen su presa, y los ángeles sollozan viendo esas mandibulas de gusano teñirse en sangre humana. Todas las luces se apagan, todas, todas.

Un domingo por la noche, Tono llegó muy alegre al horno. Había merendado en la playa; sus ojos tenían un jaspeado sanguinolento, y al respirar lo impregnaba todo de ese hedor de chufas que delata una pesada digestión de vino. ¡Gran noticia! Había visto en un merendero al Menut, a aquel ganso que tenía delante. Iba con su novia: una gran chica. ¡Vaya con el gusano tísico! Bien había sabido escoger.

Las caras tenían un tinte verdoso o sanguinolento; las narices estaban enrojecidas en su vértice.

Aresti, ante este desgarrón de la corteza terrestre que mostraba al aire sus entrañas, recordaba las formas y colores de las piezas anatómicas reproducidas en sus libros de estudio. Las calizas blanqueaban como huesos; las fajas de mena rojiza tenían el tono sanguinolento de los músculos, y las manchas de tierra vegetal eran del mismo verde musgoso de los intestinos.

Todo acusa la austeridad de un carácter resuelto y severo; únicamente los ojos azules, un poco húmedos, como propensos al enternecimiento, descubren el temple íntimo y más alto de aquel espíritu mejor inclinado á la emoción y al entusiasmo, que á la burla; su cuello robusto tiene, como dice Goncourt, «el tinte sanguinolento de la piel del hombre que acaba de afeitarse». Observándole ceñudo y como preocupado, dispuesto siempre á la exaltación agresiva del impulso, me acuerdo de Anatolio France, cortés, pálido, inalterable, irónico como un dios de marfil.

Cuatro grupos de faroles con ángeles de oro brillaban en los ángulos, y en su centro encogíase Jesús, un Jesús trágico, doloroso, sanguinolento, coronado de espinas, agobiado bajo el peso de la cruz, la faz cadavérica y los ojos lacrimosos, vestido con amplia túnica de terciopelo cubierta de flores de oro, hasta el punto de que la rica tela apenas se distinguía como débil arabesco entre las complicadas revueltas del bordado.