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En vista, además, de la flaqueza y pasiones bajas de la plebe humana, la moral religiosa no ha podido revelarse tampoco, al menos como precepto, con toda su austeridad y firmeza: ha necesitado transigir un tanto para que el vulgo la acepte, se conforme y se someta.

La madre le ofreció su delantal de hule, que él rehusó; ya tenía un pantalón viejo, destinado a perecer en la demanda, y por nada del mundo renunciaría a sentir aquella onda tibia.... Su contacto derretía no qué nieve de austeridad, cuajada sobre un corazón afeminado y virgen allá desde los tiempos del seminario, desde que se había propuesto renunciar a toda familia y todo hogar en la tierra entrando en el sacerdocio; y al par encendía en él misterioso fuego, ternura humana, expansiva y dulce; el presbítero empezaba a querer a la niña con ceguera, a figurarse que, si la viese morir, se moriría él también, y otros muchos dislates por el estilo, que cohonestaba con la idea de que, al fin, la chiquita era un ángel.

No se encuentra allí la austeridad de costumbres, la vida patriarcal, el buen gusto severo y el lenguaje digno y grave que reina en los antiguos salones del faubourg, pero se baila decentemente, se juega sin recurrir a las trampas y no son robados los abrigos del recibimiento. En una de esas casas es donde se encontraron el duque y la señora Chermidy.

Junto a la estatua que habéis visto presidir, cada tarde, nuestros coloquios de amigos, en los que he procurado despojar a la enseñanza de toda ingrata austeridad, voy a hablaros de nuevo, para que sea nuestra despedida como el sello estampado en un convenio de sentimientos y de ideas. Invoco a ARIEL como mi numen.

Por la virtuosidad de sus ideales y la austeridad de su vida de varón tranquilo y fuerte que "iba armado con aquel invulnerable escudo de la bondad y de la justicia que permitía a M. Bergeret recoger la piedra que una multitud enfurecida le arrojaba porque se había atrevido a decir la verdad y murmurar sonriente: es un argumento cuadrangular", podemos considerarlo como el tipo ideal del ciudadano que dijera de Alberdi, Jaurés, en la más honrosa expresión del término y maestro del pueblo también, ya que no pasó su vida como tantos escritores de serrallo lejos de la vida colectiva y de su época tejiendo filigranas y arabescos, sino que dedicola en sus últimos y laboriosos años a instruir al pueblo y la juventud, desde la cátedra, con libros, folletos, conferencias públicas, para libertarlo de los dogmas religiosos y de prejuicios y rutinas de toda índole, después de haberse libertado a mismo por la sabiduría; y porque es un alto exponente de energía, de labor, de esfuerzo propio, es digno de presentarse como un modelo, a los jóvenes y a los hombres de trabajo que luchan en la pobreza por mejorarse día a día, llevando prendido al alma un sano y noble ideal.

Montbreuse, en quien veo a un hombre de bien, pero a quien una austeridad exagerada de principios, fortificada quizá por algún orgullo natural, hace con frecuencia escéptico sobre la virtud, me ha demostrado, no obstante, con un apretón de manos, que estaba satisfecho de . En fin, mi madre, después de algunas palabras triviales, ha pedido su coche y yo la he acompañado.

Toda la austeridad de mi vida durante veinte años, todo mi primer amor, suavemente conservado en la memoria con afán religioso y puro como rescoldo del fuego sagrado entre las cenizas del ara, y mi orgullo y el respeto debido al nombre que llevo y a mi decoro de honrada y casta matrona, todo se desvaneció y falleció en mi alma al ver tu rostro y al oír tus palabras, acaso desde la vez primera que me hablastes.

Ni más ni menos que el común de los mortales. La vida galante de Nueva York no es por cierto lo que ofrece menos encantos en este triste mundo donde ese culto tiene tantos adeptos. En general, los países donde se bebe mucho champaña dejan bastante que desear desde el punto de vista de la austeridad de costumbres. Ahora bien, en ninguna parte se bebe más champaña que en Norte América.

Miró con ternura una larga túnica negra, de corte severo, que no dejaba visible ni una línea de su blanco cuerpo. Pero á continuación pensó que, por ser hombres todos los visitantes, no convenía recibirlos con tanta austeridad. Acababa de escoger uno de sus trajea mixtos, muy atrevido por un extremo y muy discreto por el otro, cuando llegó á sus oídos una verdadera tempestad de gritos y llantos.

Un jóven saboyano nos guió á contaduría, y nos proveímos de dos asientos de palco principal, únicos que quedaban pareados, mediante once pesetas cada uno. Penetramos en el teatro, cuyo pórtico no deja de tener cierto aspecto de majestuosa austeridad. Una escalera espaciosa y bien iluminada nos conduce al piso primero.