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He aquí el modelo de su estilo: «Al estudiar concretamente los importantes problemas que se relacionan con el fomento de los intereses generales, base de la prosperidad individual y colectiva, no puede desconocerse, en manera alguna, lo mucho que en su resolución influye una acción sistemática y continua, en lo que toca a la administración pública, tan poderosa para remover los múltiples obstáculos que estorban la marcha próspera de un determinado país.

Era la moral de los héroes de la humanidad: en otros siglos se había mostrado aislada, pero ahora iba generalizándose, conforme agonizaban los dogmas, como una afirmación de la conciencia colectiva. Doña Cristina y su hija miraban con extrañeza al doctor sin hacer el menor esfuerzo por comprender sus palabras.

Buscó el olor del incienso, los resplandores del altar y de las casullas, el aleteo de la oración común, el susurro del ora pro nobis de las masas católicas, la fuerza misteriosa de la oración colectiva, la parsimonia sistemática del ceremonial, la gravedad del sacerdote en funciones, la misteriosa vaguedad del cántico sagrado que, bajando del coro nada más, parece descender de las nubes; las melodías del órgano que hacían recordar en un solo momento todas las emociones dulces y calientes de la piedad antigua, de la fe inmaculada, mezcla de arrullo maternal y de esperanza mística.

No oía al jesuita, oía la elocuencia silenciosa de aquel hecho patente, repetido siglos y siglos en millares y millares de pueblos: la piedad colectiva, la devoción común, aquella elevación casi milagrosa de un pueblo entero prosaico, empequeñecido por la pobreza y la ignorancia, a las regiones de lo ideal, a la adoración de lo Absoluto por abstracción prodigiosa.

De tamaña discordancia, de tal desequilibrio entre la moralidad social o colectiva y la que preside a las relaciones individuales, nacen, sin duda, la vehemencia con que la iniquidad se siente y se anatematiza y el anhelo fogoso de remediarlo todo, no con lentitud y con calma, sino con rápidos y violentos trastornos.

Adivinó ella la causa de esta turbación colectiva, de este silencio repentino, pero quiso prolongar la situación con una coquetería cruel, sonriendo ante el popular homenaje.

Lo que deseo que conste es que, a pesar de todas estas razones, yo estoy enamorado de mi irrealizable sistema, y considero apostasía trabajar en este otro archi-gubernamental que hoy priva, sin duda por aquel dicho profundo de un sabio: «La humanidad, considerada en su vida colectiva, no ha nacido aún». Mientras sigue la humanidad nonata, si hemos de mirar las cosas por el haz y sin penetrar en el fondo, usted tiene razón que le sobra.

Me he preguntado qué contestaría la Inglaterra si los Estados Unidos le propusieran la substitución de su garantía exclusiva por la garantía colectiva de todos los países de ambas Américas. Se reiría simplemente; ¿qué podríamos hacer nosotros en el caso probable de que a nuestro enorme aliado se le ocurriese hacer lo que se le diera la gana?

¿Cómo será que no hemos visto al capitán? ¿Se habrá acabado su licencia? No, señor Darling respondió el notario con acento distraído, pero no estaba invitado que yo sepa... ¡Cómo! protestó vivamente Eva; fue una invitación colectiva y yo fui testigo. Entonces no ha sido reiterada. ¿Está usted seguro, señor Hardoin? Segurísimo, señorita. La cara de la joven se iluminó con una llama.

Nos ha faltado la solidaridad, la gravitación recíproca, que une a los pueblos europeos en una responsabilidad colectiva, que los mantiene en un diapasón político casi uniforme, y que alienta y sostiene de una manera indirecta, en los momentos de prueba, al que flaquea en la ruta.