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Sus antiguos camaradas del hospital le habían llamado, por este motivo, la llave de los corazones. Yo de una casa donde se le llama, y no sin motivo, la tumba de los secretos. Sus jóvenes clientes del faubourg Saint-Germain le reprochaban el que visitase todas las noches el escenario de la Opera y le llamaban mata ratas.

No se encuentra allí la austeridad de costumbres, la vida patriarcal, el buen gusto severo y el lenguaje digno y grave que reina en los antiguos salones del faubourg, pero se baila decentemente, se juega sin recurrir a las trampas y no son robados los abrigos del recibimiento. En una de esas casas es donde se encontraron el duque y la señora Chermidy.

Todas ellas fingiendo cumplir un deber de cortesía con ustedes al visitarlos, se agarran a esa ocasión para darse pisto entre las gentes de la villa y meterles a ustedes sus trapitos por los ojos... Cuando concluya esta tanda, empezará la de las otras, el Faubourg Saint-Germain de aquí, «nuestra vieja aristocracia», como si dijéramos, los Carreños de abajo y los Vélez de arriba, que es ya lo único que nos queda de esa clase, y bastante averiado por cierto.

Conocía de un cabo á otro el faubourg Saint-Germain, teatro imprescindible de las novelas de su homónimo, y trataba familiarmente á los personajes que allí figuraban. Estaba á la vez enamorado de Julia Trecœur la Petite comtesse y Sibila, y admiraba profundamente el carácter extravagante y las maneras cortesanas y el valor de Monsieur de Camors.

A nadie extrañó que la elección del conde de Villanera, que le había aceptado por suegro, recayese en un hombre tan digno de su nombre y de su fortuna. El barón le había prometido placeres más vivos, y no faltó a su palabra. No le encerró en el faubourg como en una fortaleza y le hizo ver un mundo menos empingorotado.

Hacía más de dos siglos que esta ilustre familia se transmitía, de varón en varón, el estudio de la calle de Verneuil con la más elevada clientela del faubourg Saint-Germain. El cargo no había sido cotizado, toda vez que jamás había salido de la familia; pero, a juzgar por los beneficios de los cinco últimos años, no era posible evaluarlo en menos de trescientos mil escudos.

A este llamamiento, todo el faubourg Saint Germain de Buenos Aires, se presentó al día siguiente. ¡Cómo se elogiaban los méritos de la señora doña Medea Berrotarán! ¡Cómo se condolían de la triste situación de mi tío! ¡qué dolorosa pérdida había experimentado! ¡Hasta don Buenaventura había dejado sus múltiples ocupaciones literarias para asistir al entierro! ¡Cómo no premiar treinta años de vasallaje, mudo, entusiasta, admirador de todas sus hazañas y desgracias!

Hizo el camino a pie, invirtiendo en él diez jornadas, y llegó fresco y dispuesto a trabajar, con catorce francos y medio en el bolsillo, y los zapatos sin estrenar, en la mano. Dos días más tarde, rodaba un tonel por el faubourg de Saint-Germain, en compañía de otro camarada que no podía ya subir las escaleras, porque se había relajado.

Hay un espléndido palacio en la Tercera Avenida, que es el Faubourg Saint-Germain de Nueva York, que fue construido por una famosa partera, cuya habilidad y discreción le habían valido esa opulenta clientela. Las malas lenguas aseguran que los procedimientos secretos de Missis X. han impedido de una manera notable el aumento de la población neoyorquina.

Recordando a las princesas rusas, a las ladies inglesas, a las condesas alemanas, a las francesas del Faubourg Saint-Germain, y hasta a las griegas fanariotas, que había tratado con la mayor intimidad, iba sosteniendo que no valían un bledo todas las mujeres que se paseaban en aquel momento en los jardines.