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Si penetramos en cualquiera de los aposentos de aquellas espléndidas moradas, observaremos á la primera ojeada la estrecha unión del viejo con el nuevo estilo; pues, si en unos cautivan la vista las yeserías y azulejos moriscos ó de tradición gótica y los techos de alfarje ricamente pintados y dorados, en otros, todos estos pormenores pertenecen al gusto italiano, observándose, frecuentemente, en las obras de carpintería, como techos y puertas, que las trazas son moriscas y los ornatos platerescos ó viceversa . Los carpinteros de lo blanco eran entonces tan hábiles para combinar el más complicado alfarje de 16 ó 18 lazos, como la más suntuosa techumbre de casetones cuadrados, exagonales, ú octógonos, realzados de riquísimas molduras y valientes florones, cuando con bustos y hasta cuerpos enteros de damas ó de varones, ya en alto relieve, ya exentos por completo, ó bien con escudos encerrados en elegantes láureas ó tarjas.

Pronto veremos cuán cumplidamente lo lograron algunos. Cuando penetramos por vez primera en el mágico imperio de estas composiciones, nos parece que respiramos en una atmósfera desconocida, y que contemplamos otro cielo que se extiende sobre un nuevo mundo.

Al salir dimos la targeta al contralor, cuyo oficio consiste en darlas en blanco, y recibirlas con el sello encarnado; penetramos á duras penas á través de la gente que entraba, y, quede aquí escrito en gloria de Duval, amo del establecimiento, esta comida ha sido la menos repugnante á nuestro gusto, por ser la que menos repugna á la cocina española.

No olvidaré nunca el aspecto de la plaza, la sabane, como allí le llaman, en el momento que penetramos en ella, después de ascender una ligera cuesta.

En el puerto del Aar, situado en el centro de la villa, tomamos el vapor que debia conducirnos por el lago de Thun hasta el pintoresco istmo interlacustre donde demoran Unterseen é Interlaken. Despues de algunos minutos de navegacion remontando el rio, por en medio de primorosas quintas y hoteles que orillan y dominan las dos márgenes, penetramos al lago.

Antójasenos que penetramos en una catedral gigantesca de la más sublime arquitectura, en cuyas majestuosas naves no osa aventurarse sonido alguno profano; el misterio de la Trinidad, alumbrado de luz mágica, yace encumbrado en el trono del altar; los rayos que despide y que la vista humana apenas puede soportar, llenan con su resplandor maravilloso inmensas columnatas.

Después de contemplar y conmemorar todas estas cosas, sentados al pie de la estatua de Fray Luis de León, penetramos al fin en la Universidad, y recorrimos con profundo respeto aquellos antiguos claustros, donde se pasearon, en la alegre edad de su adolescencia, tantos y tantos hombres ilustres. Admiramos los magníficos artesanados de aquellos techos.

Allí, como ya sabéis, vivieron los últimos frailes desde la catástrofe del Edificio, ocurrida en 1809, hasta la catástrofe de la Comunidad, ocurrida en 1835. Nosotros penetramos en algunas celdas. Reinaba en ellas la misma muda soledad que en las del Palacio de Carlos V. Ni gente ni muebles quedaban allí..... Las desnudas paredes hablaban el patético lenguaje de la orfandad y de la viudez.

Al ver esta iglesia, me parece que estoy en el campo; creo como oler romero ó tomillo. Penetramos, y bajo estas bóvedas encuentro lo que no encontré en la Magdalena; lo que no hallé tampoco en el Panteon, espléndida creacion ateniense. Reina aquí cierto espíritu vago y silencioso, que nos reconcilia con la idea de Dios.

Las que usted quiera. Aquí en la calle estamos mal. ¿Tiene usted inconveniente en que entremos en cualquier establecimiento? Muy cerca hay uno. Vamos allá. La idea de entrar en un café le había serenado por completo, como es natural. Anduvimos algunos pasos por la calle arriba otra vez y penetramos en la taberna donde me habían convidado no hacía muchos días.