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Actualizado: 19 de mayo de 2025


En este barranco, en el cual penetramos con alegría para contemplar en un pequeño espacio el cuadro de la naturaleza libre y para huir del aburrimiento de los campos cultivados con bárbara monotonía, una multitud de animalejos de varias especies, refractarios como nosotros al exterior, penetran también buscando un refugio contra el hombre, inflexible perseguidor; desgraciadamente, el tenaz cazador los persigue hasta este retiro, á pesar de las zarzas y las raíces.

Cuando dimos vista á ambas ciudades, cuando recorríamos aquellas sucias, estrechas y terrizas callejas, cuando penetramos en algunas de sus casas, á cada paso, á cada momento nos afirmábamos más y más en que lo mismo que aquellas ciudades, debió ser la nuestra, hasta que el renacimiento italiano comenzó á ejercer su influencia en la Península.

Penetramos en él y nos creemos de repente trasportados á la region de los sueños. Centenares de columnas de marmol sostienen los arcos de sus bóvedas. Aquellas son todas de diferente color, estos de distinta curva. Vése al través del ultra-semicircular el de herradura, sobre el de herradura el de segmento, entre unos y otros la cimbra romana, la ojiva, el arco rebajado.

Tal es la pequeña ciudad de Falsburg, que no deja de poseer cierto sello de grandeza, sobre todo cuando atravesamos sus puertas y penetramos en ella por sus amazacotadas puertas, provistas de rastrillos con púas de hierro.

Echamos pie a tierra, dimos, en medio de la oscuridad, con una puerta que se abrió a fuerza de golpes y penetramos todos en una pieza cuadrada, débilmente iluminada por algunos candiles y dentro de la cual había unas quince personas, algunas preparando sus lechos y otras alrededor de una mesa, huérfana aún de comestibles.

Lancéme, y conmigo se lanzaron otros en aquella dirección; tomé del suelo un fusil que aún apretaba en sus manos un soldado muerto, y corrí con los demás a todo escape en dirección a la noria. Penetramos en un campo a medio segar, a trechos cubierto de altos trigos secos, a trechos en rastrojo.

Y dicho y hecho, empujó la puerta de la casa. En apretada haz penetramos todos en una larga sala iluminada únicamente por el rescoldo de un fuego que se extinguía en un rincón de la chimenea. La luz vacilante que aquel rescoldo despedía daba relieve al grotesco dibujo de las paredes extrañamente pintadas. Distinguíase una persona sentada en gran sillón de brazos junto al hogar.

Por de pronto, a casa de nuestra amiga la marquesa de Montálvez, que ya no es la indigesta, doliente y envejecida matrona de antes ni vive en el suntuoso principal de la calle de Alcalá, donde tantas veces penetramos el lector y yo: ahora se trata de su hija, la cual, si ha perdido mucho en frescura con el cambio de vida y el roce de los años, ha ganado otros atractivos no menos poderosos con la vigorosa acentuación de sus formas, que ha modificado su belleza, pero sin destruirla, y vive en la calle del Barquillo, desde la fuga del banquero, en otro principal bastante más barato y más pequeño, o mejor dicho, bastante menos caro y menos grande que el de la calle de Alcalá.

Penetramos en ella y nos encontramos en medio de preciosos parterres y macizos de flores, de entre los cuales salió un anciano de aspecto bondadoso, que al vernos se sonrió y nos preguntó qué queríamos. » Venimos a comprar flores contesté yo. »Y sacando con majestad del bolsillo dos monedas de a cinco francos, suma de nuestras dos fortunas reunidas, añadí: » Podemos gastar todo esto.

A la vista de un monumento, de una iglesia notable, de un edificio de valía, nos detenemos á visitarle, penetramos en los templos, vamos á los sitios de concurrencia, observamos por todas partes. Este es nuestro sistema, este nuestro particular placer: si como yo confieso, no es del gusto de todos, á me produce agradables impresiones, esa es la verdad.

Palabra del Dia

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