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La cabeza cerrada por un rastrillo se halla defendida por un rediente aspillerado para fusileria, donde hay un cuerpo de guardia para una avanzadilla, y á derecha é izquierda dos rastrillos en las dos rampas suaves que en latitud de cinco varas conducen al foso.

Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De rosas nada más, hay cuatro mil quinientas diferentes: hay una rosa casi azul. En una tienda de listas blancas y rojas venden unas mujeres jóvenes las podaderas afiladas, los rastrillos de acero pulido, las regaderas como de juguete con que se trabaja en los jardines.

Si, como es presumible, viendo enemigos en campaña, Gerif resuelve estar a la defensiva sin desamparar muy mucho los muros de su casa, ya tiene encima corredores que le batan la estrada muy de cerca; y si temeroso y cauto en demasía, ha determinado levantar puentes y rastrillos y declararse en asedio formal, ya le he escurrido entre los propios suyos tal espía, que muy presto nos informará de todo movimiento enemigo.

Apeáronse en un mesón, que por tal le reconoció don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos y puente levadiza; que, después que le vencieron, con más juicio en todas las cosas discurría, como agora se dirá. Alojáronle en una sala baja, a quien servían de guadameciles unas sargas viejas pintadas, como se usan en las aldeas.

Tal es la pequeña ciudad de Falsburg, que no deja de poseer cierto sello de grandeza, sobre todo cuando atravesamos sus puertas y penetramos en ella por sus amazacotadas puertas, provistas de rastrillos con púas de hierro.

Ningún ruido de fuera llegaba hasta allí; Hullin, después de tantas escenas tumultuosas, quedose sobrecogido por aquel profundo silencio, y miraba gavillas de paja amontonadas entre las vigas de la troje hasta cerca del techo, los rastrillos, los arados, los carros, que se perdían en la sombra de los cobertizos, con un sentimiento de paz y bienestar indefinibles.

Después, a la caída del sol, entraba en la capillita donde yacían los difuntos de su familia, guardaba los azadones, los rastrillos, las grandes regaderas, todo esto tranquilamente, con la serenidad de un jardinero de cementerio.