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Pedro Lobo revolvió mil cosas en su mente, formó mil desatinados proyectos: hasta pensó en ir de mano armada a buscar a Octaviano, adelantándose a matarle antes de que él le matara; pero al cabo, después de muchos desvaríos, prevaleció la determinación más juiciosa; y, cuatro días después de la conversación que tuvo con Madame Duval, Pedro Lobo se embarcó en un vapor inglés que iba a Southampton y libró de su odiada presencia a Rafaela, a Madame Duval, al señor Gregorio Machado, a Octaviano, y a casi toda la sociedad fluminense.

Madame Duval, que aún sabía mejor el suyo y que tenía ojos de lince y oído de liebre, se hallaba atisbando a la hora convenida, abrió la puerta y, sin hacer ruido, introdujo al joven brasileño en el confortable y primoroso boudoir de su señora.

Ello es que ambos salimos muy agradablemente de aquel a modo de apuro, trocándose de súbito nuestra amistad y nuestro conato de amor anacrónico en el santo y puro afecto de un padre y de una hija. ¡Padre mío! dije yo y eché al Barón los brazos al cuello. Después de esta dulcísima expansión, llamé a Madame Duval para que nos hiciese compañía.

Resta saber á mis lectores que el poseedor de esta gran fortuna es un carnicero, el carnicero Duval, y que todo esto le ha venido de la carnicería. Trabajo cuesta comprender cómo un comercio de esta índole, ha podido darle ganancias para irse creando una renta diaria de 8 á 10.000 reales.

El mismo Duval proyecta actualmente abrir una carnicería, por la parte de la Magdalena, en cuyo decorado y utensilios se gastará sobre un millon. Las vasijas para contener las cabezas de las terneras, serán de plata, y su peso no bajará de veinte arrobas cada una, sólo lo cual supone un valor de veinte mil duros, inclusa la mano de obra. Bien es verdad que Paris carece de ejemplos análogos.

Mi papel de cicerone me agradaba y divertía. Hice, pues, algunas pequeñas excursiones con Madame Duval. La llevé a Cintra, a Colares, a Cascaes y a Mafra. En Cintra, aun viniendo como veníamos del Brasil, nos extasiamos contemplando la fertilidad y hermosura de aquellas montañas, con sus bosques floridos de magnolias y de camelias.

El castillo reedificado por el rey D. Fernando, o, mejor dicho, creado por él con estupenda inspiración artística, me pareció más encantador que nunca, y procuré, aunque lo conseguí sólo a medias, infundir en el alma de Madame Duval una admiración igual a la mía.

No hubo champagne, porque ni el Barón ni yo gustamos de ese vino, con algún pesar de Madame Duval, que gusta de él más que de nada. Mi pobrecita hija Lucía, que apenas contaba entonces siete años, inocente como un ángel, luminosa, bella y serena como el lucero del alba, fue la cuarta persona que estuvo en la mesa y comió con nosotros.

Terminadas todas estas revelaciones y apasionados discreteos, Rafaela tocó la campanilla, vino Madame Duval y sirvió el con bizcochos, pastas y tostadas, y ya con excelente crema de las vacas que había en la chácara de Petrópolis.

¿Y qué diantre de carnerada es esa? preguntó Pedro Lobo riendo, aunque preocupado y un tanto cuanto con la risa del conejo. La carnerada contestó Madame Duval , es un raro arte de esgrima que los negros aprenden y ejercen. Como tienen la cabeza más dura que hierro, hacen de ella un arma y llegan a dar topetadas feroces y a veces mortales.