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Sorda exclamación de regocijo escapose de todos los pechos. Las pupilas se dilataron, los cuerpos se irguieron. ¡Quién le hubiera dado presenciar hasta el fin aquella escena! Era, sin duda, un enviado secreto del Sultán de Turquía el que llegaba. A no ser el roce de su daga contra el cerrojo hubiese podido seguir atisbando sin que nadie sospechara su presencia.

Su adversario paraba como podía aquel diluvio de golpes, atisbando la oportunidad de acabar el combate con uno de sus mortales tajos; mas ni la corta distancia á que de propósito se mantenía Roger, ni la prontitud de los movimientos de éste le permitían usar su larga espada con ventaja.

Mientras Febrer comía ávidamente, con el buen apetito de la alegría, el muchacho anduvo por la habitación, atisbando con ojos ansiosos, por si podía encontrar aquella carta que había excitado su curiosidad. «NadaLa alegría del señor acabó por contagiarle, y rio también, sin saber de qué, creyéndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba contento.

Anteayer me dio usted la gran jaqueca con aquello de la cosa en ... Pues pongamos que sea la cosa en no. Yo digo que esto es música pura; la cosa en bemol. ¡Ah, qué tontita es la criatura y qué refistolera! Porque esto de meter las narices en la eternidad, es una cosa que a Dios le debe cargar mucho. A nadie le gusta que le estén atisbando de cerca y viendo lo que hace o deja de hacer.

Esta noche entré en el cuarto de Leopoldito, y te digo que parece un biombo de una zapatería de portal; la pared llena de mamarrachos pegados con obleas, escenas de toros, caricaturas de periódicos... en fin, indecentísimo, y cada cosa por su lado, todo revuelto; mucho olor de potingue de botica, porque el chico es una laceria; noveluchas de a peseta en vez de libros de estudio; látigos y bastones en tal número que habría para poner tienda de ello; la cama deshecha, porque se había levantado a las seis de la tarde... Por allí andaba cojeando, con las botas rotas, pidiendo de comer y atisbando los dulces y fiambres que traían, para abalanzarse a ellos como un hambriento... Gustavo ya es otra cosa. ¡Qué formalito y qué bien educado!

Semejante a ésta es otra de un muchacho mal vestido, con una monterilla en la cabeza, contando dineros sobre una mesa, y con la siniestra mano haciendo la cuenta con los dedos con particular cuidado; y con él esta un perro detrás, atisbando unos dentones, y otros pescados, como sardinas, que están sobre la mesa; también hay en ella una lechuga romana, que en Madrid llaman cogollos, y un caldero boca abajo; al lado izquierdo esta un vasar con dos tablas; en la primera están unos arencones y una hogaza de pan de Sevilla sobre un paño blanco; en la segunda están dos platos de barro blanco, y una alcucilla de barro con vidriado verde, y en esta pintura puso su nombre, aunque ya esta muy consumido y borrado por el tiempo.

La curiosidad y la pereza son bastante generales. No es posible dar un paso en la calle sin que las graciosas caras femeninas y las de las viejas noveleras asomen en las ventanas, las celosías y rejas de fierro, atisbando al forastero que pasa. En eso concuerdan las costumbres canonicales de la España católica con las dulzuras de la pereza oriental.

Pero á continuación no pudo evitar un sentimiento de celos contra este pobre joven obscuro y enfermo. Vivía á todas horas cerca de Alicia, mientras él no lograba verse admitido en su «villa» ni como simple visitante. ¿Por qué?... Llevaba varias semanas haciendo conjeturas, atisbando una ocasión para encontrarse con Alicia.

Y se puso a bailar un minueto. Vaya exclamó D. Paco, echándosela de benévolo, pero afectando mucha seriedad les perdono lo que ha pasado si se acaba este jaleo, y va cada una a su puesto. La señora viene. Inés continuaba en la reja atisbando afuera, y también a ratos decía: ¡Que va a llegar! Presentación volvió a cantar, y luego dijo: Paquito de mi alma, si bailas conmigo te doy otro beso.

Dando las gracias a la esmirriada, salió Benina, y se fue por toda la calle adelante, atisbando a un lado y otro. Esperaba distinguir en alguno de aquellos calvos oteros la figura del marroquí tomando el sol o entregado a sus melancolías. Pasadas las casas de Ulpiano, no se ven a la derecha más que taludes áridos y pedregosos, vertederos de escombros, escorias y arena.