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¡Loca!... ¡idiota!... gimió Mesía limpiando su mejilla que sintió húmeda y pegajosa. ¡Vuelve por otra! A que soy tambor de marina, como dice la Marquesa. La dama, completamente tranquila, sonriente, se metió un terrón de azúcar en la boca. Era su sistema. Se prohibía a misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaños de amor, y los compensaba con golosinas, que «se pegaban al riñón».

Los ricos que podían proporcionarse las dulzuras amorosas con su más seductora decoración, entraban al amparo de la noche, ocultándose como criminales en casas frecuentadas por soldados y marineros.

La solterona se ha sustraído por misma al matrimonio o la han sustraído. En la primera suposición, su alma tranquila y estoica impone silencio a su corazón y le da los medios de llegar a las dulzuras del celibato voluntario.

De ahí toda la vida de la religión, toda la esencia de sus doctrinas, toda la fuerza de sus dogmas, toda su idea del universo mundo. Sobre cuanto existe, Dios, fuente inagotable de dulzuras eternas, fuerza en constante trabajo, que jamás disminuye ni merma, causa insondable, secreto impenetrable; misterio tanto más grande, cuanto mayor sea la inteligencia humana.

Se esforzaba por hacer sentir al auditorio el terror de aquellas revoluciones, cuyo principal defecto era no haber revolucionado nada... Y a continuación una apología entusiasta de la familia cristiana, del hogar católico, nido de virtudes y dulzuras, con tal fervor, que no parecía sino que en los países donde no imperaba el catolicismo, eran todas las casas repugnantes lupanares u horrorosas cuevas de bandidos.

Iba a ser la esposa de Jesucristo y encerrarse para siempre entre cuatro paredes, pasando toda la vida en misterioso coloquio, cuyas dulzuras aun no había gustado por completo. Una gran curiosidad la dominaba, la irritaba en grado indecible.

Aquella fe que en otro tiempo provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. ¡No poder conocer la resignación de las almas humildes!... Persistía en ella la incredulidad de sus tiempos dichosos. Los que gozan las dulzuras de la existencia no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda haber después de ella.

También concurrió Pito Salces, que se quedó como sin pulsos cuando Tona, con la faz inundada de sonrisas y los ojos de dulzuras, le ponderó la hazaña de la víspera y le declaró sin remilgos que «de ese aquél y de esos prontos le gustaban a ella los hombres». ¡Puches, cómo se puso enseguida el mozallón con la alabanza!

Los momentos más dichosos de su existencia eran los que consagraba a la oración, que más bien era un tierno coloquio de dos enamorados, incomprensible para los que no han sondeado jamás los profundos secretos del amor divino ni han gustado las dulzuras de la unión mística. A fuerza de conversar con Dios, de comunicarle sus más íntimos pensamientos e impresiones y de confesarle con lágrimas todos los días las más leves flaquezas de su conciencia, había llegado a establecer con

El líquido de ámbar, burbujeante en los vasos, pareció devolver su antigua existencia á los tres jóvenes. Recocidos por el sol y la intemperie, habituados á la vida dura de la guerra, casi habían olvidado las dulzuras y comodidades de los años anteriores. Ulises los examinó atentamente. Habían crecido en el curso de la campaña, con el último estirón de la juventud.