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Y los cantantes atravesaban tarareando, y las sílfides, arrastrando un poco el pie, pasaban cojeando, y, de minuto en minuto, una sombra femenina, negra, parda o marrón, deslizábase entre los escasos mecheros de gas, desconocida para todos, excepto para los ojos del amor. Las parejas se reconocen, se abordan y se marchan sin despedirse de los otros.

Mira cómo se ha puesto los pies. Ya se ve.... Como tuvo que meterse entre las zarzas para coger a tu dichoso Lili. Nela, ven acá. La Nela, cuyo pie derecho estaba ensangrentado, se acercó cojeando. Dame al pobre Lili dijo Sofía, tomando el canino de manos de la vagabunda . No vayas a hacerle daño. ¿Te duele mucho? ¡Pobrecita! Eso no es nada. ¡Oh, cuánta sangre!... No puedo ver eso.

La general admiración hizo que acabase por familiarizarse con las misteriosas heridas. ¿Cómo serían éstas?... Se imaginó á su marido cojeando, con una mana en un bastón y la otra apoyada en su brazo. Formarían una pareja interesante. El porvenir les reservaba aún largas horas de felicidad. Ella le protegería y le alegraría con ternuras de madre y caricias de amante.

Herido y cojeando había llegado allí siguiéndola; ella, loca y llena de terror, huía de su hijo como una sombra. Allí murió; vino un desconocido que le mandó formase una pira, él obedeció maquinalmente y cuando volvió, se encontró con otro desconocido junto al cadaver del primero. ¡Qué mañana y qué noche fueron aquellas!

Cayó de él una estera vieja, apartáronse dos escobas, y por el hueco que del movimiento de estas piezas resultara, viose aparecer una figura de mujercilla raquítica, que se adelantó cojeando. Romualda, ¿qué hacías ahí? La muchacha se restregó los ojos. Estaba durmiendo replicó. ¿Y así cuidas la tienda? ¡La tienda!

Es posible que quedes algo resentido de la pierna, pero tienes una naturaleza de hierro y saldrás adelante. La curación de Gallardo siguió los términos anunciados por Ruiz. Cuando, pasado un mes, la pierna fue libertada de su forzado quietismo, el torero, débil y cojeando un poco, pudo ir a sentarse en un sillón del patio, lugar donde recibía a sus amigos.

Es una desgracia. Lo importante es entrar a matar con guapeza, como él lo haceEl toro, después de correr cojeando con dolorosos vaivenes, que hacían bramar al gentío de indignación, quedó inmóvil, para no prolongar más su martirio. Gallardo tomó otra espada y fue a colocarse ante él. El público adivinó su trabajo. Iba a descabellar al toro: lo único que podía hacer después de su crimen.

Mustafá se acercó a ella cojeando; se sentó, me miró, y siguió con sus dolientes gruñidos. Sospeché no qué horrible cosa, y me aterré. ¿Pero qué sucede? la pregunté alentando apenas. Sucede, contestó Amparo, mirándome al través de sus lágrimas, que esa infame mujer ha querido hacerme infeliz. No pude contestarla: sentí que toda mi sangre se reconcentraba a mi corazón.

Díjole a esta D. Francisco que fuese a acompañar al ciego, y cojeando entró en la casa. Y cuando le contradigo añadió el señor de Aldeacorba mi hijo me contesta que el don de la vista quizás altere en ¡qué disparate más gracioso!, la verdad de las cosas. No le contradiga usted y suspenda por ahora absolutamente las lecturas.

Muchas veces, para distraer al herido, Rosa le leyó novelas de Dumas y poesías de Bécquer. Martín nunca había oído versos y le hicieron un efecto admirable, pero lo que más le sorprendió fué la discreción de los comentarios de Rosita. No se le escapaba nada. Pronto Martín pudo levantarse y, cojeando, andar por la casa.