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En tal periodo, las tempestades se forman de repente por la parte del sud: se oye entónces tronar estrepitosamente por todos lados: ruge el viento sud, y á par que cae el rayo, un verdadero diluvio inunda todo el suelo.

Se han encontrado montones de pradera petrificada bajo los hielos y en las mismas rocas se encontraron huellas enmohecidas de aquellos «anillos del diluvio» que, según nuestros modernos sabios, son amonitas fósiles. Por eso más de cien montañas de Persia, de Siria, de Arabia, del Asia Menor se ha indicado como desembarco del patriarca, segundo padre de los hombres.

37 Mas como los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. 39 y no conocieron hasta que vino el diluvio y tomó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. 42 Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. 43 Pero sabed esto, que si el padre de la familia supiese a cuál hora el ladrón había de venir, velaría, y no dejaría minar su casa.

Aquel incomprensible viejo vivía en su casa como Luis XIV en su reino, sin preocuparse del porvenir y diciendo: «¡Después de , el diluvioSe levantaba ya tarde, almorzaba con excelente apetito, se pasaba una hora en el tocador, se teñía el pelo, se ponía colorete, se pulía las uñas y paseaba sus gracias por París hasta la hora de comer.

El deseo de salir de una situación semejante y el mal ejemplo me arrastraron, y jugué, jugué lo que tenía y lo que no tenía. ¡Ochenta mil nacionales! ¿de dónde sacarlos? Mi alma al diablo vendería. ¡Que venga el diluvio! ¡Ojalá! Calló el joven pálido y los dos hombres se miraron, entristecidos.

¡Qué diluvio! exclamó la abuela. ¡Cómo las solteronas tienen la pluma tan intemperante!... Ya no me extraña que Magdalena... ¡Abuela! imploré. La pintura prosiguió la Roubinet poseída de su asunto cuenta también solteronas de talento.

Los detalles de la vida humana en aquellos tiempos en que los hombres tenían hasta una configuración de cráneo distinta a la nuestra, y por lo tanto, movían su espíritu dentro de diversa atmósfera, nos llamaban más la atención que las narraciones del diluvio, que los sabios han desterrado de los viejos muros de Nínive con gritos de entusiasmo.

Esto es el diluvio universal, el fin del mundo repuso el viejo. ¡Ojalá! exclamó un joven pálido, ojeroso, que acusaba en su semblante el desgaste precoz de sus fuerzas.

Mi inocencia no sospechó del señor de Baurepois, el cual no me parecía de la madera de que se hacen los maridos. En casa de la Bonnetable, olvidada ya de su enfado, esperé en vano al señor en honor del cual me había puesto mi traje azul y el sombrero cuya pluma, etc. En casa de la señora de Ribert, ni sombra de pretendiente. En casa de la Roubinet, nada más que un diluvio de flores de retórica.

Casi toda España estaba sujeta a la ley de Mahoma, salvo dos o tres Estadillos nacientes, donde entre breñas y riscos se guarecían los cristianos. En medio de aquel diluvio de males, pudiera compararse la abadía de que hablamos al arca santa en que se custodiaban el saber y las buenas costumbres y en que la humana cultura podía salvarse del universal estrago.