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Igual suerte estaba reservada al corregidor de Quespicancha , que salvó la vida, abandonando sus ricos almacenes, y mas de 25,000 pesos que tenia acopiados en las arcas del fisco. Estos despojos, repartidos generosamente entre las tropas, dilataron la esfera de accion de estos tumultos.

Mutileder, que venía de salones donde había mucha luz, nada veía al principio, e imaginó que el salón en que acababa de entrar estaba a oscuras; pero sus pupilas se dilataron muy pronto, y notó que una luz velada y dulce iluminaba aquella estancia, difundiéndose desde el seno de tres lámparas de alabastro.

De tiempo en tiempo, el joven hidalgo levantaba la cabeza y perdía la mirada en el contorno, indiferente a la magia del cielo y a las seducciones del paisaje; pero recogiendo en el alma, de un modo instintivo, la reciedumbre de aquel sitio de pasión y de sublime violencia. El sol, antes de ocultarse, exaltó con su gloria muriente el oro del cielo. Las pupilas de Ramiro se dilataron.

Sus mejillas se teñían de púrpura a cada pulsación de su palpitante corazoncillo; sus pequeños y apasionados labios se abrían ligeramente para dar paso al entrecortado aliento; sus grandes y abiertos ojos se dilataron y se arquearon sus cejas frecuentemente.

Creo siguió diciendo el ingeniero que no se me adelantará en este obsequio el tal Pirovani, que cada vez resulta más insufrible. Al marcharse Canterac hacia las obras del dique, Moreno empezó á examinar los papeles. Sus ojos se dilataron de asombro, tomando casi la misma forma circular de las gafas con montura de concha que los cubrían.

Pero todavía mi padre era mucho mejor que Dios en este punto; porque los azotes de Ramiro duraban un rato, mientras que los que los diablos nos han de dar durarán eternamente, según aseguran ustedes... La sonrisa que vagaba por sus labios se apagó. Guardó silencio un rato: quedó profundamente ensimismado. Sus ojos, fijos en el suelo, se dilataron con expresión de terror.

Las victorias sucesivas de Ordoño I, Alfonso el Magno y Ordoño II, dilataron los dominios de esta monarquía, que entonces se llamó de León, hasta la bahía de Vizcaya, el Duero portugués y los montes de Guadarrama.

Los rasgos de su fisonomía, contraídos momentáneamente, se dilataron, y se esparció, por ella la sonrisa serena que la caracterizaba. Al mismo tiempo se encogió de hombros con un supremo desdén. Con aquel gesto parecía decir: «Me caso con la más fea de las chicas de Belinchón... bueno, ¿y qué? De todos modos, sea con una o con otra, ¡aunque no me case con ninguna! yo he de ser feliz.

Por último llegó el anonadamiento completo; los dedos perdieron su fuerza; los brazos se distendieron. Entonces la pequeña cabeza rodó del seno en que estaba apoyada y los ojos azules se dilataron contemplando la fría luz de las estrellas. Primero la criatura exhaló el pequeño grito plañidero de «ma-ma», e hizo un esfuerzo para refugiarse en el brazo y el seno en que descansaba.

Al verla, los ojos de Raimundo se dilataron expresando el asombro: se posaron en ella con una intensidad que la obligó a volver la cabeza hacia otro lado. Mientras compraba unas novelas francesas la estuvo contemplando extasiado, con señales de alteración en su fisonomía. El libro que tenía asido temblaba ligeramente entre sus manos.