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Los personajes más importantes del campamento tampoco dormían. Estaban con la pluma en la mano y el pensamiento muy lejos. El ingeniero Canterac, apoyando un codo en su mesa y con los ojos entornados, creía ver el remoto París y en él una casa vecina al Campo de Marte, cuyo quinto piso estaba ocupado por su esposa y sus hijos.

Elena le miraba ahora con interés, y no ocultó su despecho al ver que desaparecía, saludándola fríamente, como si nada le importase alejarse de ella. El aquel momento Canterac estaba retenido por su conversación con el marqués, Moreno hablaba con Robledo, y á Pirovani le pareció oportuno no dejar que transcurriese más tiempo sin exponer á Elena lo que pensaba.

¡Calumnias, señora! contestó Manos Duras, mirándola fijamente . Pero si usted me lo pide, haré cuantas muertes quiera. Elena se mostró complacida por esta respuesta, y dijo, mirando á Canterac: ¡Qué hombre tan galante... á su modo! No me negará usted que es grato oir tales ofrecimientos. Pero el ingeniero parecía cada vez más irritado por este diálogo familiar de Elena y el cuatrero.

Canterac, respondiendo á su pregunta, señaló el horizonte, en el que empezaban á brillar las primeras estrellas por la parte de los Andes invisibles. Luego le manifestó su propósito de pasar la noche en una estancia cerca de Fuerte Sarmiento, para continuar la marcha apenas apuntase el día. Adiós, Watson dijo . Habría sido un bien para todos nosotros que esa mujer no viniese nunca á esta tierra.

También los capataces y mecánicos de las obras acudían con sus mujeres, que habían sacado á luz los vestidos de fiesta, usados únicamente cuando iban á Bahía Blanca ó á Buenos Aires. Robledo paseaba por las cortas avenidas de este parque admirando irónicamente la absurda creación de Canterac. Moreno le iba mostrando con cierto orgullo todas las particularidades de la obra dirigida por él.

Llamó á la puerta con recato, como si no quisiera ser oído por todos los habitantes de la casa, y sonrió al ver que era Sebastiana la que salía á abrirle. El señor no está: se fué con don Canterac á Fuerte Sarmiento esta mañana. ¿Y don Robledo, está bueno?... La mestiza, como muchas gentes del país, aplicaba el don indistintamente á los nombres y los apellidos.

Cruzó entonces los desfiladeros de los Andes, mientras Canterac guarnecia los de Jauja y situaba sus puestos avanzados en Casas, y marchó decididamente sobre Pasco. El general español, que ignoraba la direccion seguida por su contrario, se encaminó hácia este mismo punto con objeto de practicar un reconocimiento.

El marqués, que parecía pensativo, exclamó de pronto: ¡Esos dos hombres eran antes tan amigos!... Algo, indudablemente, debe haberse interpuesto entre ellos... Robledo hizo un esfuerzo para que sus ojos no transparentasen lástima ni asombro, y movió la cabeza afirmativamente. Poco después de la salida del sol abandonó Moreno su casa, por haberle llamado Canterac urgentemente.

Como Elena no podía sospechar el cambio de ideas que se había realizado en Canterac después del duelo, ni tampoco la breve conversación de éste con Watson al marcharse, atribuía dicho trastorno en la actitud del joven á la influencia de Celinda. «Me lo ha tomado otra vez pensó . Esa muchachuela rústica me cierra el único camino que podía seguir. ¡Ay! ¡cómo la odio

Otras veces, cuando ya estaba Elena en la silla, se presentaba Canterac, también á caballo, con el deseo de acompañarla. Pero Elena le acogía con signos negativos de su latiguillo. Ya le he dicho varias veces que no quiero más acompañante que mister Watson le contestó ella una mañana . Usted, capitán, váyase á trabajar en esa misteriosa y enorme sorpresa que me está preparando.