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Cuando yo muera y mis vecinos, después de haber dejado en el campo de la muerte el puñado de polvo que reste de mi cuerpo No llores por ; lanza a los horizontes tus alegres sonidos de los días de fiesta. Quisiera que imitara tu voz de bronce el ruido alegre que produce al romperse la cadena del esclavo o el cerrojo de la cárcel cuando se abre para dar libertad al cautivo.

Corrió a abrir, pero ya ella había echado mano al cerrojo; por cierto que se encolerizó porque resistía a sus débiles tirones. Adiós, adiós; hasta el sábado dijo en voz de falsete. Hasta pasado mañana. No, no; hasta el sábado. Bajó la escalera con la misma precipitación con que la había subido, hizo otro gesto imperceptible de despedida al portero y salió a la calle.

Tembló Batiste de frío y de miedo; fué una sensación de debilidad, como si de repente le abandonaran sus fuerzas, y se metió en su barraca, no respirando normalmente hasta que vió la puerta con el cerrojo echado y encendido el candil. La velada fué lúgubre. El sueño abrumaba á la familia, rendida de cansancio por la vigilia de la noche anterior.

Me hizo entrar en mi casa, cerró la puerta con cerrojo, entró en el salón el primero, pues yo no quise pasar delante de él, y viendo á Juana Baud tendida en el suelo, lanzó un juramento y dijo volviéndose hacia : ¡He aquí un feo negocio! ¿La ha matado usted? Era una bribona, pero el procedimiento es brutal... Yo exclamé, impulsada por la necesidad de disculparme: ¡Me ha pegado!

Sorda exclamación de regocijo escapose de todos los pechos. Las pupilas se dilataron, los cuerpos se irguieron. ¡Quién le hubiera dado presenciar hasta el fin aquella escena! Era, sin duda, un enviado secreto del Sultán de Turquía el que llegaba. A no ser el roce de su daga contra el cerrojo hubiese podido seguir atisbando sin que nadie sospechara su presencia.

Benedicta pasó días y semanas esperando la vuelta del humo o, lo que es lo mismo, la del ingrato que le dejaba más desnuda que cerrojo; hasta que, convencida de su desgracia, resolvió no volver al hogar de la tía, sino arrendar un entresuelo en la calle de la Alameda. En su nueva morada era por demás misteriosa la existencia de nuestra gatita.

Item, descubrió la autoridad que el honrado Mañuco era el brazo derecho del Rey del Monte para los robos domésticos. Ya lo saben ustedes, lectores míos: tranca cerrojo. Concluyamos ahora con su majestad el Rey. Inmenso era el gentío que ocupaba la Plaza mayor de Lima en la mañana del 13 de octubre de 1815.

Hice todo el camino mascando cigarros, que, en mi turbación, me olvidaba siempre de encender... En cuanto llegué a casa, corrí al espejo. Enciendo todas las bujías, echo el cerrojo, cierro los postigos, me examino por delante, por detrás, y de perfil también, por medio de un espejo de mano.

Principiaba a creerse una nulidad, y allá en sus soliloquios desesperados, cuando le salía mal alguna de las bajezas con que se procuraba dinero, se escarnecía sinceramente, diciéndose: «soy pior que una caballería; soy más tonto que un cerrojo; no sirvo absolutamente para nada». El considerar que había llegado a los cincuenta años sin saber plumear y leyendo sólo a trangullones, le hacía formar de su endivido la idea más desventajosa.

A ella, muy ocupada en correr el cerrojo de la puerta del corredor, que, como sabes, está siempre cerrada para evitar la corriente de aire. Espantado, quiero retirarme; imposible; me siento completamente paralizado. Al verme, ella se detiene, y, como sobrecogida de vergüenza, se oculta el rostro entre las manos.