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Actualizado: 15 de julio de 2025
Ella no recibía entonces, ni salía de casa; pero Madame Duval era perseguida y detenida por Pedro Lobo, y ora por su medio, ora imprudentemente, valiéndose de un criado cualquiera, Pedro Lobo la inquietaba y la atormentaba con cartas pidiéndole, casi exigiéndole una cita. A las cuatro primeras cartas, dos al día, nada contestó Rafaela.
Con persistente disimulo, con firme y enérgica voluntad, con raras precauciones e incesante recato, sin dejarme ver de nadie y fingiéndome enferma, dejé pasar los meses. Llegó la hora y sólo Madame Duval, mi mucamba y el médico, de quienes tuve que valerme y me valí, exigiendo el mayor sigilo, supieron que fui madre.
A casi todos los esclavos, en recompensa de sus servicios, les concedió libertad. Sólo guardó consigo, aunque también beneficiados por el testamento de D. Joaquín, a Madame Duval, a dos doncellas, y a tres negros de los más fieles, hechos también libertos.
Madame Duval se excusó como pudo, pero, cediendo a la terca insistencia del gaucho, tuvo que encargarse de una carta que éste le dio para Rafaela. Ella la recibió y la leyó con hondo disgusto, y, si no tuvo miedo, fue porque de nada le tenía. Era, sin embargo, prudente y rehuía comprometerse escribiendo.
Además de la Duval, que era y sigue siendo mi dama de compañía, estaba conmigo y está aún mi mucamba, o sea mi primera doncella, mulata muy ágil, llamada Petronila, que me peina con primor y buen gusto, que cose y borda y tiene otras mil habilidades; una segunda doncella, dos fieles criados negros, y por último, la mujer que cuidaba y alimentaba a mi tesoro.
Hasta la propia Madame Duval le cobró mayor amistad, le consideró más que a nadie y le miró como si fuese el señorito hijo de la casa, hablándole siempre en inglés y dándole el tratamiento de Master John.
No sabemos cómo se habló de Arturito y se lamentó su muerte. Don Joaquín se conmovió, hizo tres o cuatro pucheritos y se le saltaron las lágrimas. Toda mi vida exclamó , conservaré como recuerdo una prenda suya, que, sin duda, Madame Duval llevó a la alcoba de mi mujer, donde yo la encontré hace dos o tres días. Esta es la prenda.
Duval es carnicero, y bajará al sepulcro. El ama del pasaje de Vero-Dodat es salchichera, y salchichera se irá á la sepultura. Aquí encuentro yo ese carácter consecuente, austero, honrado y laborioso, que distingue á los pueblos del Norte, á la raza sajona.
Bramó de ira el gaucho al recibir el mensaje, pero disimuló la ira y hasta aparentó cierta conformidad, meditando y proyectando una venganza. Aunque no dijo a Madame Duval que lo sabía, Pedro Lobo era sabedor de la ventura del joven Arturo. No habían faltado amigos oficiosos que le escribiesen a Buenos Aires informándole de cuanto se sabía o se presumía como evidente.
Está pidiendo a gritos que lo abofeteen. ¡Tan satisfecho de sí mismo aparece!... La señora anuncia a una mujer con un rostro que debió ser lindo, y al que una tristeza ya lejana otorga una nobleza especial. Es Julia Duval. JULIA. Es usted la señora Stowe, ¿verdad? Vengo con motivo del pirograbado y del cuero. Estoy a sus órdenes. ¿Qué género de objetos desea usted estudiar más especialmente?
Palabra del Dia
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