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Actualizado: 15 de junio de 2025
Rafaela acertó a curarla de estos resabios, por tal arte, que, a los pocos meses de tener a Madame Duval a su servicio, se había esta convertido en persona natural y sencilla, de trato franco y agradable, el cual ya como antes no se quebraba de puro fino.
Para distraerla, siguiendo mis aficiones didácticas, me entretuve en hacer cerca de Madame Duval el papel de cicerone. Madame Duval seguía a mi servicio y jamás se había detenido en las orillas del Tajo.
Nunca pude fijar la cronología de estos triunfos de Madame Duval, y saber a punto fijo si los alcanzó de soltera, o ya de casada, mientras su marido combatía en Argel, o si le valieron como consuelo y desahogo después de viuda. En fin, Madame Duval gustó también de Cintra, aunque no tanto como yo y como Lord Byron. Es inexplicable el sentimiento que llaman patriotismo.
Madame Duval y la mucamba estaban en la alcoba de la muerta, y ésta yacía tendida en la cama, pálida, inmóvil y hermosa. La última sonrisa plegaba aún suavemente sus labios. Sus ojos estaban cerrados, como si los tuviese así para ver interiormente con el espíritu prodigios y visiones de más altas esferas. Aquella extraña mujer había premeditado el suicidio desde mucho tiempo antes.
Por nada del mundo quisiera yo más tragedia. Yo no soy vengativa, pero hay personas que lo son. Guárdese usted de ellas, y póngase en salvo.» Así terminaba la carta, firmada sólo con la inicial R. Madame Duval la llevó a la fonda donde el gaucho vivía, y estuvo presente a su lectura. No bien acabó de leer, Pedro Lobo dijo furioso: Me insulta y hasta se atreve a amenazarme.
Madame Duval, que así se llamaba la confidenta, por afirmar ella misma que era viuda de un Comandante francés de caballería, muerto heroicamente en Argelia matando moros, tenía cualidades excelentes, pero era remilgadísima y empalagosamente afectada, y empleaba al hablar tres o cuatro muletillas y frases sentimentales, que apenas se podían sufrir y pervertían y maleaban todas las virtudes y excelencias de la buena señora.
Aún no había cumplido cuarenta años; gozaba de muy buena salud; si bien algo chata, no tenía mal ver, y estaba rolliza y sonrosada, y con la tez tersa y jugosa. Al llamarla vieja, Pedro Lobo procedía con injusticia notoria y con falta bestial de galantería, pero, como estaba tan enojado, algo debemos perdonarle. Lo que es Madame Duval no le perdonó nada.
Y como ella jamás desechaba la gratitud ni la amistad, aunque desechase el amor, todavía, al despedir resueltamente al gaucho por medio de Madame Duval, conservaba por él estimación y afecto. Sólo cuando supo la tragedia de la Tejuca, obra sin duda del injustificado rencor de Pedro Lobo, su amistad y su estimación hacia él se trocaron en aborrecimiento.
Al oír esta relación, Pedro Lobo no pudo aguantar más, montó en cólera y dijo a la dueña: Ea, basta ya, doña Duval o doña Marisápalos, y no pretenda burlarse de mí e intimidarme con mentiras o con ridiculeces. Pronto, largo de aquí, si no quiere usted que me olvide de que es mujer y... vieja. Lo de vieja dolió en extremo a Madame Duval, porque se consideraba joven y casi lo era.
Dos días después de haber despedido a Arturito, supo que Pedro Lobo acababa de desembarcar en Río de Janeiro y que pretendía venir a verla. Ausente D. Joaquín y víctima Rafaela de jaquecas continuas, Rafaela no recibía entonces ni salía de su casa. Pedro Lobo buscó en la calle a Madame Duval, le habló, y le pidió y casi le exigió que le diese una cita con su señora.
Palabra del Dia
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