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A todos contentó en estremo su mucha gracia, donaire y hermosura, y confirmaron a don Fernando por de poco conocimiento, pues tanta belleza desechaba.

Desechaba aquellos pensamientos con todas sus fuerzas, pero volvían. ¡Qué horrible remordimiento! ¿Qué pensaría Jesús? y también ¿qué pensaría el Magistral... si lo supiera? A la Regenta le repugnaba, como una villanía, como una bajeza aquella predilección con que sus sentidos se recreaban en el recuerdo de Mesía apenas se les dejaba suelta la rienda un momento. ¿Por qué Mesía?

Desechaba también la idea, algo cómica, pero más que posible, de que el mismo D. Casimiro, por circunstancias análogas, podría tener menos derecho que Clarita á la herencia, aunque toda fuese vinculada; de que D. Valentín, su padre ó su abuelo, podrían también no haber tenido derecho, y de que sólo Dios sabe, aunque tal vez el diablo no lo ignore, por qué arcaduces subterráneos y por qué intrincados caminos ha venido á cada cual lo que por herencia disfruta.

Oponíanse a esto otras doctrinas, afirmando que en el planeta era más el espacio ocupado por el mar que el de la tierra firme; pero Colón, como todos los que se sienten poseídos de una idea fija desechaba lo que no parecía de acuerdo con su opinión, rebuscando nuevos y extraños argumentos para afirmarla.

Sus vicios eran puramente de eclesiástico. Ahorraba en secreto, con esa avaricia fría y dominadora de la gente de iglesia en todos los tiempos. Su bonete mugriento era siempre de algún canónigo que lo desechaba por viejo; su sotana de un negro verdoso y sus zapatos habían sido antes de algún beneficiado. En las Claverías se hablaba en voz baja del dinero guardado por don Antolín, de sus ahorros, que dedicaba a la usura; préstamos que nunca iban más allá de dos o tres duros a los pobres servidores del templo agobiados por la miseria, y que recobraba con creces cuando a principios de mes pagaba el canónigo Obrero. En él, la avaricia y la usura iban unidas a la más absoluta probidad para los intereses de la iglesia. Perseguía encarnizadamente la menor sisa en la sacristía, y entregaba sus cuentas al cabildo con una minuciosidad que fastidiaba al Obrero. A cada cual lo suyo. La iglesia era pobre, y resultaba un pecado digno del infierno privarla de un solo ochavo.

El desprecio que tenía 1225 De cuantas cosas miraba, Las galas que desechaba, Los papeles que rompía; El no haber de quien pensase Que mi mano mereciese, 1230 Por servicios que me hiciese, Por años que me obligase; Toda aquella bizarría Que como sueño pasó, Á tanta humildad llegó, 1235 Que por decir podría: Aprended, flores, de Lo que va de ayer á hoy; Que ayer maravilla fuí, Y hoy sombra mía aun no soy. 1240 Flores, que á la blanca aurora Con tal belleza salís, Que soberbias competís Con el mismo sol que os dora, Toda la vida es un hora: 1245 Como vosotras me , Tan arrogante salí; Sucedió la noche al día: Mirad la desdicha mía, Aprended, flores, de . 1250 Maravilla solía ser De toda la Andalucía; Ó maravilla ó María, Ya no soy la que era ayer.

Cuando renacía la vegetación, cuando brotaban las hierbas y las flores, cuando las selvas se cubrían de pompa y de verdura, cuando subía la savia por los troncos, era cuando la madre desconsolada enjugaba sus lágrimas y desechaba el traje de luto, porque la hija, hundida en las entrañas lóbregas de la tierra, surgía fecunda, hermosa y resplandeciente de inmortales fulgores; porque Cora, fugitiva del tenebroso amante que la había tenido aprisionada en sus brazos, aparecía de nuevo a bañarse en las ondas de luz del sol enamorado, quien, por contemplarla y besarla, se detenía más tiempo sobre nuestro horizonte, e iba difundiendo por más horas y con mayor tino y eficacia, en este hemisferio boreal, la lluvia dorada de sus rayos ardientes.

Si la rogaba, por ejemplo, se acostase en su cama, lo hacia en el suelo; si disponia que se trasladase á otra habitacion mas decente y ventilada, cerraba con mas fuerza los cerrojos de la en que estaba. Cuando hacia frio, desechaba las pieles y objetos de abrigo que le proporcionaban, y cuanto mas la suplicaba Luis Ferrer se vistiese y asease, con mas empeño andaba sucia y mal vestida.

Eran sus síntomas el desdén y el hastío de cuanto le rodeaba, y la vaga aspiración a un bien remoto, confusamente trazado y medio desvanecido entre las nieblas y vapores de mil ensueños. Poldy desechaba por vulgar y necia la creencia de su hermano, de que un erudito alemán hubiese compuesto los versos sanscritos para entretenerse o para mostrar su pericia.

Y yendo más lejos aún, en esta suposición, que desechaba al punto por herética, y de la que nunca dejaba de retractarse, fantaseaba que, así como hay diablos en el infierno, también debía de haberlos en el purgatorio, para cuidar de las ánimas benditas y para atormentarlas, no por mero y cruel castigo, sino a fin de que quedasen limpias de toda mácula y capaces ya de perdurable vida.