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Fundado en estos principios, desechaba de D. Fadrique el pensamiento de que en cada lugar del mundo habría de seguro un enjambre de madres en el caso de Doña Blanca y una multitud de hijas ó de hijos en el caso de Clarita, para los cuales el problema moral, de tan difícil solución, que atormentaba á Doña Blanca, era como si no fuese, dejándolos disfrutar de la hacienda que la suerte y la ley les otorgaban, sin el menor escrúpulo y con la mayor frescura.

De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos y las hembras de todas las razas.

Se le ocurrían proyectos disparatados, crímenes de tragedia, pero los desechaba en seguida. «Estaba atado por todas partes». Cualquier atrocidad de las que se le ocurrían, que podía ser sublime en otro, en él se le antojaba, ante todo, grotesca, ridícula. Pero aquella sotana le quemaba el cuerpo. La idea de maníaco de que estaba vestido de máscara llegó a ser una obsesión intolerable.

Lo único que le preocupaba algunas veces era si convendría a la dignidad de un Quiñones poseer unas extremidades enteramente inertes, y si no sería preferible que viviesen para participar de la gloria del resto del organismo. Pronto desechaba, sin embargo, tales inquietudes pensando justamente que vivas o muertas aquellas extremidades ocupaban un rango superior en la sociedad.

Y como ella jamás desechaba la gratitud ni la amistad, aunque desechase el amor, todavía, al despedir resueltamente al gaucho por medio de Madame Duval, conservaba por él estimación y afecto. Sólo cuando supo la tragedia de la Tejuca, obra sin duda del injustificado rencor de Pedro Lobo, su amistad y su estimación hacia él se trocaron en aborrecimiento.

Recogióse temprano misia Casilda, y sin desvertirse, pasó la noche en la sillita baja, delante del nicho vacío de la Virgen. Quilito no había salido, y esto la tranquilizaba, pero desesperábase de que la hora fatal estuviera tan próxima, y ella no hubiera encontrado más recurso que aquel descabellado, que le había venido a la imaginación, y que desechaba como impracticable y humillante.

Y al mirarlo ya léjos, engañado, la vida de mi mente desechaba, y recostando la arrugada frente en mi mano convulsa, que abrasaba, maldecia el presente y, cobarde, lloraba... ¡Como si el árbol que de hermosas flores la Primavera plácida engalana, las conservára en el ardiente Estío! El sol marchita y borra sus colores dando al tiempo tributo, y tras la flor galana hincha su piel el sazonado fruto.

Toma, que buen provecho te hagan." "¡Mirad dije entre qué néctar o ambrosía me da este poeta, de los que ellos dicen que se mantienen los dioses y su Apolo allá en el cielo!" En fin, por la mayor parte, grande es la miseria de los poetas; pero mayor era mi necesidad, pues me obligó a comer lo que él desechaba.