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Salió al fin Morsamor de aquel piélago de tristes meditaciones en que se había engolfado. El sol, que se alzaba sobre los montes, desgarró los velos de niebla que los envolvían. Morsamor vio entonces el promontorio que estaba cerca y hacia donde dirigía el rumbo su nave. En seguida reconoció que eran los cerros de Cintra, cubiertos de feraz y lozana verdura.

Además del regio alcázar, ya había entonces en Cintra no pocos palacios y quintas de particulares ricos y no faltaban hospederías donde los extranjeros pudieran albergarse. Doña Sol y algunas otras damas de palacio habían acompañado a la Reina a Cintra. Natural era que hubiesen acudido allí también los galanes que a estas damas servían. Algo me incumbe decir aquí de que me pesa por dos razones.

Cintra, no obstante, era entonces tan encantadora como en el día.

En Cintra no había en palacio grandes fiestas, sino íntimas reuniones. Morsamor y Pedro Carvallo no eran de los íntimos, no iban a palacio y en balde procuraban acercarse y hablar a doña Sol, a quien sólo veían rara vez y desde lejos. No por eso desistían ellos de sus pretensiones. Muy pertinaces y tercos eran los dos.

No hubo en ello la menor culpa mía. Toda la culpa fue de la vieja Claudia, mi criada. Sin encomendarse más que a su propia codicia, y creyendo que podía disponer a su antojo de Teletusa y de , cuando menos lo recelábamos, cuando ni sabíamos que estuviesen en Cintra los señores Carvallo y Acevedo, los introdujo aquí a ambos furtivamente.

Pero lo que más me agradaba y mostraba yo a mis amigos con el mayor orgullo, era un juego de pebeteros que adquirí en Cintra.

Mi papel de cicerone me agradaba y divertía. Hice, pues, algunas pequeñas excursiones con Madame Duval. La llevé a Cintra, a Colares, a Cascaes y a Mafra. En Cintra, aun viniendo como veníamos del Brasil, nos extasiamos contemplando la fertilidad y hermosura de aquellas montañas, con sus bosques floridos de magnolias y de camelias.

Nunca pude fijar la cronología de estos triunfos de Madame Duval, y saber a punto fijo si los alcanzó de soltera, o ya de casada, mientras su marido combatía en Argel, o si le valieron como consuelo y desahogo después de viuda. En fin, Madame Duval gustó también de Cintra, aunque no tanto como yo y como Lord Byron. Es inexplicable el sentimiento que llaman patriotismo.

La ciudad, profusamente extendida, presenta un ancho lienzo de casas en forma de anfiteatro, por estar como están edificadas sobre colinas que avanzan hácia el puerto. A la izquierda de Lisboa se distingue aunque confusamente el lindo sitio de Cintra; alcánzase tambien en lontananza el palacio de Belem y algunos otros edificios é iglesias.

Aún no hermoseaban a Cintra los espléndidos bosques de camelias que le prestan hoy tan singular atractivo.