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Nosotros, que gustamos de todo lo que es grande, aunque sea una ira real, hemos referido esta anécdota, porque los pájaros verdaderamente negros, esto es, los que tienen emponzoñada la lengua y la pluma, se han vengado después, valiéndose siempre de sus armas usuales, el ardid y la calumnia; y han calumniado al infortunio. ¡Pobre don Pedro! Acaso fue malo, porque fue desgraciado.

Aquí somos tan bien criados, y tanto gustamos de ejercer la hospitalidad, que vaciamos el oro de nuestros bolsillos para los extranjeros. ¡Oh desinterés! Aquí se trata mal a los actores medianos, y peor a los mejores por no ensoberbecerlos. ¡Oh deseo de humildad! No se les da siquiera precio por no agitarlos. ¡Oh caridad! Y a la par se exige de ellos que sean buenos. ¡Oh indulgencia!

No hubo champagne, porque ni el Barón ni yo gustamos de ese vino, con algún pesar de Madame Duval, que gusta de él más que de nada. Mi pobrecita hija Lucía, que apenas contaba entonces siete años, inocente como un ángel, luminosa, bella y serena como el lucero del alba, fue la cuarta persona que estuvo en la mesa y comió con nosotros.

Ya sabes que no soy mezquino, aunque soy pobre. Lo . No creas que sospeche yo que te duela gastar el dinero en obsequiarnos. Lo digo sin ironía. Lo digo sólo para que comprendas que, vistas las cosas como las ves, es una tontería ir a los Jardines; pero yo, y sin duda Inés más que yo, las vemos a través de otro prisma. Gustamos de ver gentes, aunque no reparen en nosotras.

Si alaban á nuestro contrario en nuestra presencia, allá interiormente lo sentimos, aunque las alabanzas sean justas, porque el amor propio hace mirar aquellas alabanzas como cosa que engrandece al enemigo; y como el engrandecerse el enemigo ha de estorbar nuestra grandeza, ó ha de ser motivo de privarnos de algun bien, por esto no gustamos de semejantes alabanzas.

Todos gustamos de volver la vista atrás, de tarde en tarde, y vivir un poco la vida de nuestros remotos abuelos. La brutalidad hace renacer en nuestro interior fuerzas misteriosas que no es conveniente dejar morir. ¿Que las corridas de toros son bárbaras? Conforme; pero no son la única fiesta bárbara del mundo.

Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la frase que suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido o sustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguirá siéndolo quién sabe por cuanto tiempo.