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Claro está que el Vizconde de Goivoformoso, aunque sólo fuera por su posición diplomática, podía aspirar a más honda penetración en París y a trato más íntimo con las varias aristocracias indígenas; pero, como recién llegado, empezó por visitar y frecuentar los círculos hispano-americano, español, portugués y brasileño.

Madame Duval, que aún sabía mejor el suyo y que tenía ojos de lince y oído de liebre, se hallaba atisbando a la hora convenida, abrió la puerta y, sin hacer ruido, introdujo al joven brasileño en el confortable y primoroso boudoir de su señora.

El fino y gentil brasileño, dirigiéndose alternativamente a la niña y al grupo, repetía: «Obrigado, muito obrigado...». Pasó un señor muy elegante, con traje gris, galera gris, polainas blancas, muy expresivo en sus ademanes y gestos. «¿Quién espregunté a mi marido. El Payo. ¿El payo Roqué? El mismo que viste y calza. Viste y calza muy bien. Evoqué recuerdos de mi infancia, ya un poco lejana.

¡Cuánta cara foránea, ahorcada por cuellos anticuados, encorbatada de raso tórtola, bizantinamente enfracada, con pantalón en forma de caño y botines de brasileño guarango!

Era en sus movimientos pronto y escurridizo cual las anguilas, y habiendo estado en el Brasil con una comisión científica, chapurreaba un poco el portugués brasileño, empeñándose en hacerlo pasar por español.

Vivimos en guerra; las cosas cuestan muy caras, y yo soy pobre. Debemos volver á la existencia primitiva... Pero no me atrevo á trabajar en el jardín, por los vecinos. Curiosean desde sus ventanas; hasta hay un señor brasileño que parece enamorado de .

Debía usted hacerme amigo de ellos. No se tratan con nadie en el buque. Los dos se mantienen aparte, encastillados en su importancia. Pero Ojeda sonrió, encogiendo los hombros, y dijo malignamente, para irritar a su amigo: Si yo fuese brasileño, temblaría sólo al ver los baluartes de legajos que trae ese buen señor.

Para evitar que los indios fueran esclavizados por los colonos, los jesuítas recomendaron y fomentaron la importación de esclavos africanos durante los dos siglos siguientes. Entre los años de 1555 y 1640 el país sufrió numerosas invasiones de franceses, holandeses e ingleses, que procuraron obtener posesión del territorio brasileño.

Hubiera necesitado Manolito que el brillo del diamante brasileño y el de todos los de las coronas reales europeas, el de los mares y el de los astros viniera a refugiarse a ellas para quedar enteramente satisfecho.

Caprichosas, dominantes, ocupando en la sociedad aquel puesto de la Argentina que asombraba al escritor brasileño Quintino Bocayuva y le hacía atribuir, en gran parte, nuestro desenvolvimiento. ¿Y la historia?