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Una tarde fue al Retiro en una victoria tirada por un buen caballo, con cochero previamente instruido y seguro de ser gratificado. Debía éste, mientras don Juan pasease a pie, no perderle de vista, aproximarse a una seña convenida y seguir luego tras la berlina de Cristeta. La traza no era mala; pero falló.

No miró hacia el escenario ni hizo seña alguna a Judit. La pobre niña, presa de la desesperación, tuvo que resignarse a esperar dos días más. Era lunes, y al miércoles siguiente fue más afortunada. El Conde le hizo la seña que tenían convenida para anunciarle su visita, y Judit pensó: Mañana le veré, y mañana sabré lo que para guarda el destino.

Pero Dios, protector en aquel día de la España oprimida y saqueada, permitió que Vedel llegase cuando estaba convenida ya la tregua y se había principiado a negociar la capitulación.

Todo esto y mucho más lo discurría el Vizconde, sin sosiego, casi temblando de emoción, tomando a escape el sombrero, bajando precipitadamente las escaleras y entrando en el primer fiacre que vio pasar para que le llevase a todo correr, y mucho antes de la hora convenida, en casa de la Sra. de Figueredo.

De modo continuó, que es cosa convenida el que nuestra antigua amistad nada tiene que temer. Usted responde de ello en lo que le corresponde. Es menester que ella nos siga y no se pierda en ese gran París que, según dicen, dispersa los más tiernos afectos y pone olvido en los corazones más firmes.

Pero al llegar de nuevo a la de Rivera se encontró con una esquela de Carlota. «A las cinco espérame en la plaza de la Independencia, esquina a la calle de Alfonso XII.» Y una hora antes de la convenida ya estaba nuestro joven en espera con la impaciencia de un galán primerizo.

Parecía cosa convenida que todos sus actos habían de ser originales y todas sus palabras agudezas. Otra bien distinta era su conducta en la intimidad de las tertulias de su casa. Y, sin embargo, estaba allí más a gusto y en su elemento que en todas partes, con ser el círculo tan estrecho y tan limitados los pasatiempos.

Damos nuestra palabra de honor de observar la tregua convenida. No confíe usted en ellos murmuró Antonieta. Podemos hablar perfectamente sin abrir la puerta dije. Pero también puede usted abrirla cuando le parezca y disparar repuso Dechard, y aunque lo mataríamos, siempre moriría también uno de nosotros. ¿Da usted su palabra de no hacer fuego mientras hablemos? Desconfíe usted repitió Antonieta.

En Navachescas hay otro ladrón que lleva muertos dos dañadores, y, según dicen, tiene ganas de verme delante de su escopeta. Isidro y el vendedor de periódicos cruzaban una mirada de inteligencia. Era cosa convenida: lo dejarían para más adelante.

El capitán, sereno, apacible, grandioso como un héroe de la antigüedad, rechazó aquella imputación y demostró hasta la saciedad que allí no cabía trampa alguna. ...A no ser añadió sonriendo mefistofélicamente que estuviera usted convenida conmigo para dejarme ver de antemano lo que tenía en el bolsillo.