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Gallardo se estremeció de emoción al anunciarle un día su apoderado que doña Sol acababa de llegar sin que nadie la esperase. El espada fue a verla inmediatamente, y a las pocas palabras sintiose intimidado por su fría amabilidad y la expresión de sus ojos. Le contemplaba como si fuese otro.

La marquesa pensó entonces en ver al enfermo; mas antes, temerosa de que su presencia repentina pudiera causarle alguna emoción violenta, pidió al fondista que fuese a anunciarle poco a poco su llegada. Subieron ambos hasta la misma puerta que se abría a un corredor, y el fondista asomó tímidamente la cabeza.

Entonces se acusó de ingratitud, comprendiendo que ella era el ídolo del amor de Juan. Llamaron a la puerta; la criada venía a anunciarle que le esperaban para comer. Se levantó y se miró a un espejo; como las huellas de sus lágrimas eran visibles todavía, no quiso bajar, temiendo alarmar a su madre, y sobre todo, porque no tenía valor para ver a Juan.

Pasadas dos horas, mientras Raúl, algo sofocado, corre a casa de la señorita Fraicherose para anunciarle que tendrá la sortija al día siguiente por la mañana, debido sólo a que «las joyerías estaban cerradas», la señora Grelou regresa a su domicilio.

Se acordó de su madre, que tal vez lloraba á aquellas horas releyendo la carta que le había dejado para anunciarle el objeto de su fuga. Sobrevino además repentinamente la intervención de Italia en la guerra, suceso que todos esperaban, pero que muchos veían aún lejano. ¿Qué le quedaba que hacer en este país?... Y una mañana había desaparecido.

Capítulo XVI Anagnórisis ¡Hosanna, hosanna! A principios de febrero, Joaquín visitó una tarde a Isidora para anunciarle que la señora marquesa de Aransis había llegado de Córdoba y deseaba verla. El regocijo que esta nueva produjo en Isidora la dejó alelada por breve rato, y en su aturdimiento no hacía más que contemplar al mensajero y recrearse en su belleza.

Compadeció sobre todo a la duquesa que debía infaliblemente sucumbir a tantos golpes, y tomó sobre la tarea de anunciarle gradualmente la enfermedad y la muerte de Germana, aplicándose a fortificar el debilitado entendimiento del viejo duque. Se tranquilizó sobre las consecuencias de su loca generosidad: era evidente que el señor de Villanera no dejaría en la miseria a su suegro.

Por eso al preguntar el joven si el señor de Avrigny estaba visible, le contestó el criado, como quien habla a una persona con la cual no rezan ciertas trabas impuestas por conveniencias sociales: No lo está, señor conde, pero en el saloncito encontrará usted a las señoras. Y como se dispusiese a adelantarse para anunciarle, el joven le indicó que era cosa innecesaria.

Están bien, señor; no se puede decir que están mal... ¡Ah! si su espíritu estuviese lo mismo... ¡Pero no lo está! no, no lo está. En fin, Giraud, no hay que desesperar. ¿Quién sabe? Todo puede cambiar. ¡Oh! no, señor; no hay esperanza alguna... Pero, con su permiso, si el señor quiere servirse entrar, iré á anunciarle á las señoras.

Pero sobrevino un episodio extraordinario que impidió la realización del acto religioso. Apenas Adriana quedó sola, después de rechazar a Muñoz, entró en su cuarto Lola, para anunciarle con mucho misterio que abajo, en la puerta de calle, estaba la sirvienta de las Aliaga. Ella palideció. ¿Está sola? , ha venido en un carruaje. Dice que trae un mensaje de la niña Laura.