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No lo conseguí de pronto, porque era mucha tempestad para calmarla en un solo conjuro; pero a los dos o tres que la hice, no quedaron de ella más que la hinchazón de los ojos y algún que otro suspiro mal devorado en el pecho.

Y, a fe mía, que los dejaba hacer; porque en aquella época yo sentía todavía un santo respeto por el famoso «buen gusto». Sólo mucho más tarde fue cuando comprendí que, por lo común, eso no es más que una pantalla para disimular la pobreza de espíritu. No conseguí poner a cubierto de la invasión nada más que mi gabinete de trabajo.

Tomé con empeño el trabajo de calmarla, y lo conseguí; pero con la ayuda de una «zurriascada» feroz que se estrelló de repente contra las puertas del balcón. Cuando esto ocurría, se enjugaba Facia los ojos y respondía malamente a mis últimas observaciones.

Mi padre murió, mi madre murió también poco después, y yo, gracias al profesor, conseguí que no me dedicasen á los trabajos forzosos, como tantos otros desdichados de mi sexo. No quise ser una máquina de músculos, pero tampoco me plegué á lo que exigía de el nuevo régimen para convertirme más adelante en la esposa masculina de cualquiera de las mujeres triunfadoras.

Y tan adentro me llegaron las mortificaciones, que poniendo mis cinco sentidos en el negocio aquel, conseguí pronto, ya que no la destreza de mis acompañantes, portarme de tal manera, que no fueran «enmendables» por ninguno de ellos los tiros que yo desaprovechara.

A decir verdad, estaba yo enamorado como un loco. No era mi amor aquel amor de niño, tímido, vago, ensoñador, que me inspiró Matilde; cariño melancólico, nacido en un juego, alimentado por las predilecciones de una chiquilla graciosa y admirada, y breve y fugitivo en sus anhelos; dulce amor que dulcificó la vida del pobre estudiante; pálido fulgor de la aurora juvenil que inundó de reflejos primaverales los claustros solitarios de un colegio sombrío; amor que no conseguí arrancar de mi alma en muchos años; que aun suele estremecer mi corazón, porque ni atrevidos devaneos, lograron aniquilarle en .

Al fin conseguí llegar a la relativa obscuridad que proyectaba la vieja avenida de hayas que conducía directamente a la casa del guarda sobre el camino de Dilwyn, y proseguí a lo largo de ella como cerca de media milla, cuando de pronto mi corazón saltó de alegría, porque delante de distinguí a los dos que iban a la par conversando animadamente.

Corrí a buscar una escalera, que arrastré hasta la ventana de la biblioteca, y con esfuerzos sobrehumanos conseguí levantarla y apoyarla sólidamente contra la pared.

Preguntando por él, supe que también había salido á la mar aquel día, y que era de los pocos que se habían salvado de la catástrofe, casi milagrosamente; pero que, con lo terrible del trance, los golpes y la frialdad del agua, á sus muchos años, habíase puesto á punto de morir. No me satisfice con estas noticias, y quise verle, y lo conseguí.

A pesar de esto, conseguí a fuerza de lágrimas, que recogió con respeto, el que pronunciara de una manera conveniente el nombre del duque de Orleans, en aquel homenaje a los Borbones. Hízolo, pero resultó desgraciado al querer expresar un sentimiento que su corazón no sentía.