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Alumbraban aquel árbol de la vida candilejas en tal abundancia, que, según la relación de un convidado de cuatro años, hay allí más lucecitas que estrellas en el cielo. El gozo de la caterva infantil no puede compararse á ningún sentimiento humano; es el gozo inefable de los coros celestiales en presencia del Sumo Bien y de la Belleza Suma.

Algún indino te ha convidado... Si le cojo... Mira, José, debes acostarte...». Por Dios, papá dijo Rosita, que había entrado detrás de su padre , no nos asustes... Quítate de la cabeza esas andróminas. Apartola él lejos de con enérgico ademán, y siguió dando aquellos pasos tragicómicos sin orden ni concierto.

Al sonar las campanadas de las doce, Labarta, que no admitía informalidades en asuntos de mesa, se impacientaba, cortando el relato de sus viajes y triunfos. ¡Doña Pepa! Aquí tenemos al convidado. Doña Pepa era el ama de llaves, la compañera del grande hombre, que llevaba quince años atada al carro de su gloria.

¡Ah! ¿Te ha convidado á la juerguecilla del barco?... También á me convida; pero á la verdad... no qué hacer. Quisiera que me dieses tu parecer, porque, hijo mío, te lo digo con todas las veras de mi alma, eres el único hombre decente con que he tropezao en la vida y á nadie pido un consejo con tanta satisfacción como á ti... Muchas gracias manifestó el caballero de Medina sonriendo.

Llegamos tratando en ello a su casa. Entramos; yo me ofrecí mucho a su cuñado y hermana, y ellos, no persuadiéndose a otra cosa sino a que yo venía convidado por venir a tal hora, comenzaron a decir que si lo supieran que habían de tener tan buen huésped que hubieran prevenido algo.

Al lado del dueño estaba el último convidado, el más reciente en la casa, un joven pálido, larguirucho y miope, que miraba á todos lados con timidez, conteniendo sus movimientos. Era un profesor español, un doctor en ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de su país para hacer estudios de la fauna marítima en el Museo Oceanográfico.

Cuando el Magistral llegó al Vivero no había ningún convidado en la casa, ni los Marqueses, ni los de Quintanar estaban tampoco.

Pero, vamos a ver, una razón, usted una razón gritó Olvido, otra vez restituida a su natural frigorífico. El Magistral se puso un poco encarnado. Tuvo que mentir. Estoy convidado en casa de otro Francisco hace tres días; no puedo faltar, sería un desaire... ya sabe usted lo que son estos pueblos... qué dirían.... No había tal cosa. Nadie le había convidado a comer.

¡Vamos, silencio! le dijo doña Martina encarándose severamente con él. ¿Tienes ganas de llevarlas otra vez? Miguel no se ríe de ti... ¿Por qué se ha de reír, tontuelo?... Porque ... yo bien lo ... ¡Porque es un hipócrita!... ¡Silencio, te digo... y a comer! Miguel se había puesto muy serio, comprendiendo que había cometido una grosería, y que se la disimulaban por ser convidado.

Curioso sería saber de dónde ha tomado Coleridge la noticia en sus notas al Don Juan, de Byron, de que la más antigua forma dramática de la tradición de El Convidado de piedra es una comedia religiosa, llamada El ateista fulminado, acomodada después al teatro mundano por Tirso de Molina. No he descubierto rastro alguno de la existencia de semejante composición.