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¿Qué te pasa, querida? Ya no te reconozco... Ven, ven, voy a acostarte repitió. Es inútil, puedo ir sola dije. Entonces ella vio que era necesario acordar a la niña una palabra de explicación. Mira, Olga dijo atrayéndome hacia , tienes razón. Tengo muchas penas, y si tuvieras más edad y pudieras comprenderlas, seguramente serías la primera a quien se las confiaría.

Únicamente el que no tiene ni nobleza, ni valor, ni sentimientos honrados en el corazón... ¡Ah, mi pobre hijo! ¡hijo de mis entrañas! ¡Cómo has caído en el lazo que te tendieron los traidores...! No estaba aquí tu desgraciada madre para prevenirte, la madre que te ha tenido colgado de sus pechos, la que besaba los rizos dorados de tu pelo al acostarte y volvía a besarlos cuando te despertabas.

Se detuvo allí un momento de pie mirando la compañía, saliéndole los desnudos pies por debajo de la manta, y se despidió haciendo un ligero movimiento. ¡Escucha Juanito! ¿Vas a acostarte otra vez? dijo Federico. , voy respondió con decisión el interpelado. ¿Pues qué tienes, vejete? No estoy bueno. ¿Cómo? Tengo fiebre. Y sabañones. Y reuma contestó Juanito. Y se hundió entre las sábanas.

¿No quieres ir a acostarte, Juan? pregunta ella con gran seriedad. Pero su voz hace traición todavía a una leve risa que trata de reprimir. ¡Buenas noches, hermano! Espera, que subo contigo. Juan tiende la mano a su cuñada, que vuelve la cabeza para disimular su sonrisa. Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su hermano.

Por lo demás, el ama se complacía en discretear con Inesita, en contarle sus impresiones y en buscar modo de poder decir que discurría como ella; que su espíritu y el de Inesita estaban en completa consonancia. Vamos dijo el ama , ¿qué haces aquí tonteando? Ven a acostarte. Nada es más dañino para la salud que esta picara usanza de Madrid de hacer del día noche y de la noche día.

Cuando yo desaparezca, prométeme que mirarás en el espejo, todos los días, al despertar y al acostarte. En él me verás y conocerás que estoy siempre velando por ti. Dichas estas palabras, le mostró el sitio donde estaba oculto el espejo. La niña prometió con lágrimas lo que su madre pedía, y ésta, tranquila y resignada, expiró a poco.

Algún indino te ha convidado... Si le cojo... Mira, José, debes acostarte...». Por Dios, papá dijo Rosita, que había entrado detrás de su padre , no nos asustes... Quítate de la cabeza esas andróminas. Apartola él lejos de con enérgico ademán, y siguió dando aquellos pasos tragicómicos sin orden ni concierto.

Pues nada, hijo díjome al fin : lo primero, tu gusto, y ése es el que ha de hacerse en esta casa mientras en ella estés... ¡A buena parte vienes, cuartajo!... Irá fuera la colcha y cuanto te estorbe con ella en la alcoba. Aquí tienes un felpudo para los pies... Creo que no te vendrá mal al acostarte, porque estos suelos de castaño viejo son fríos como ellos solos... ¿eh?

«Tienes razón dijo Santa Cruz dejándose caer a plomo sobre la silla. Más vale que me quede aquí... porque si bajo, y vuelve el mister con sus finuras, le pego... Yo también boxear». Hizo el ademán del box, y ya entonces su mujer le miró muy seria. Debes acostarte le dijo. Es temprano... Nos estaremos aquí de tertulia... ... ¿ no tienes sueño? Yo tampoco. Acompañaré a mi cara mitad.

Reuní todo mi valor, y con la cara oculta en su cuello, le dije en un sollozo: Marta, quiero ayudarte. Siguió un largo silencio, y cuando alcé los ojos, vi vagar por sus labios una sonrisa indeciblemente amarga y triste. Entonces me tomó la cabeza entre sus manos, me besó en la frente y me dijo: Ven, voy a acostarte, querida. Yo nada tengo, pero , me parece que tienes fiebre.