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624 Dende ese punto era juerza abandonar el desierto, pues me hubieran descubierto, y aunque lo maté en pelea, de fijo que me lancean por vengar al indio muerto. 625 A la afligida cautiva mi caballo le ofrecí: era un pingo que adquirí, y, donde quiera que estaba, en cuanto yo lo silbaba venia a refregarse en .

Me dominé, y ofrecí mis cigarros; pero tenía prisa por concluir, empezaba a verlo todo rojo, y dije a Lotario: Deberías retirarte, hijo mío; ya es hora. El se levanta penosamente y me tiende una mano helada; hace a ella, con los talones juntos, su saludo más militar, y se dirige hacia la puerta.

Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo.

«Muy querido discípulo y amigo: «Como te lo ofrecí anteayer, estuve anoche a visitar al señor Lic. Castro Pérez para hablarle acerca de , y de lo útil que podías serle en el despacho.

Ella lo conocía menos porque nunca se fijaba en el terreno que pisaba, entretenida en la caza de mariposas, pájaros y flores silvestres. A pesar de todo nos internamos en el bosque resueltos a atravesarlo, y yo, orgulloso de la responsabilidad que aquel acto implicaba para , ofrecí el brazo a Magdalena, que se apoyó en él temblorosa y quizá algo arrepentida de su propia osadía.

Cuando proyecté escribir estos apuntes, ofrecí al lector en mi conciencia no ocultarle nada de lo que yo pensase y sintiese. Estas insignificantes reflexiones pertenecen tambien á mis benévolos y queridos lectores. Yo creia hasta ahora que en la vejez no habia más que un período. El viejo Lesperut me ha enseñado que existen dos, y por señas que son bien diferentes.

Sin hacerle un reproche, le ofrecí la mano. ¿Me guardas rencor, Magdalena? Mucho. Sin embargo, te juro que ha sucedido a pesar mío... De modo que te casas a pesar tuyo... No... lo confieso... Pero... ¿Cómo diré yo?... Al principio no pensé en tal cosa. Sin duda dije con amargura. Sin pensar, estuviste provocadora y coqueta.

Esa es la diosa adorada de Beltrán, la bella Antonieta, que va, como , a Dresde... a ver pinturas también, probablemente. Sin embargo, me extraña que precisamente ahora no desee tener el honor de conocerte. No he podido serle presentado dije un tanto mohino. Pero yo me ofrecí a presentarte y me contestó que otra vez sería.

Huérfano desde mis primeros años, malogrado mi primer amor, sin que nadie lo hubiera comprendido, ni aun yo mismo hasta que le vi malogrado, pasando seis años de rudas fatigas para obtener mi alimento; combatiendo durante estos seis años de la ausencia de Margarita, mis celos... , mis celos... mi amor sin esperanza... mi ansiedad por la ignorada suerte de Margarita... fuí un fruto lentamente madurado para la vida triste y silenciosa del claustro; en el fondo de mi corazón vacío sólo había quedado el nombre de Dios... y tendí mis brazos á Dios... le ofrecí mi vida...

Reprimiendo lo mejor que pude estas sublevaciones del falso orgullo, ofrecí mi brazo á una joven pequeña, pero bien formada y graciosa, que quedaba sola atrás de los convidados, y que era como lo supuse la señorita Helouin, la institutriz. Mi asiento en la mesa estaba señalado cerca del suyo.