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Pues qué quando veo un cuero, ó mal discreta Y vana fantasia, asi engañada, Que á tanta liviandad estás sugeta! Pienso que el piezgo de la boca atada Es la faz del poeta transformado En aquella figura mal hinchada. Y quando encuentro algun poeta honrado, Digo, poeta firme y valedero, Hombre vestido bien y bien calzado,

Inspirábale el próximo estado tanto temor y repugnancia, que le pasó por el pensamiento la idea de escaparse de la casa, y se dijo: «No me llevan a la Iglesia ni atada». Doña Lupe, que gustaba tanto de hacer papeles y de poner en todos los actos la corrección social, no quería que los novios se quedasen solos ni un momento.

Vea, don Ricardo así sabía decirme el viejo cada que yo le decía lo mismo: «lo hago por su bien, amigo Baldomero, porque yo no me he de casar otra vez... la muchachita es linda por demás y me la van a codiciar... y yo no puedo tenerla atada a los tientos... así que he creído que con la educación se le puede dar una defensa... para que pueda estar sola... y andar por donde quiera... sin peligrar...»

Bajamos del Izarra y salimos por entre las peñas a la punta del Faro. Recalde sabía que en un pequeño fondeadero, labrado entre las rocas del promontorio donde se levantaba la torre solía haber una barca que el torrero utilizaba para pescar; fuimos allá y encontramos la lancha; pero estaba atada con una cadena. Llamamos en el faro, y una vieja nos dijo que el torrero habia ido a Elguea.

Así que, si tienes ceñido mi cuerpo con tus brazos, yo tengo atada mi alma con mis buenos deseos, que son tan diferentes de los tuyos como lo verás si con hacerme fuerza quisieres pasar adelante en ellos.

Eso , él tomaba cuantas precauciones caben, a fin de no perder. Análogo es el juego a la guerra: dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto saben los estratégicos consumados que una combinación a la vez instintiva y profunda, analítica y sintética, suele traerles atada de manos y pies la victoria.

Al sonar las campanadas de las doce, Labarta, que no admitía informalidades en asuntos de mesa, se impacientaba, cortando el relato de sus viajes y triunfos. ¡Doña Pepa! Aquí tenemos al convidado. Doña Pepa era el ama de llaves, la compañera del grande hombre, que llevaba quince años atada al carro de su gloria.

Lo llevaba recogido muy alto, sobre el colodrillo, en trenza, que, atada luego, formaba un moño en figura de dos triángulos equiláteros, que se tocaban en uno de los vértices.

La señaló además para evitar murmuraciones y escándalo, porque ella había oído decir a un predicador que, según el Evangelio, no hay nada tan malo como el escándalo, y que a los escandalosos es menester arrojarlos al mar con una piedra de molino atada al pescuezo.

Sentado al sol junto al balcón en su sillón muy cómodo, Feijoo arrojaba a sus graciosos amigos una pelota atada con un hilo, y se divertía con las monísimas cabriolas y morisquetas que hacían los pequeñuelos. Otras veces les tiraba la pelota a lo largo de la enorme estancia, o ataba al hilo un pedazo de trapo, recogiéndolo como recoge el pescador su aparejo, para verlos correr tras él.