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El infierno está empedrado de tales Cliffords. Y acto continuo presentó al desgraciado, cuyo nombre por casualidad era realmente Clifford, como el Papagayo Carlos, repentina y profana inspiración que pesó sobre él para siempre. Volvamos ahora al socio de Tennessee, a quien siempre conocimos por este título relativo, aunque más tarde supimos que existió como una individualidad distinta y separada.

Todos nos acercamos y reconocimos desde luego al paciente borriquito y el carro de dos ruedas, propiedad del socio de Tennessee y que éste empleaba para extraer las tierras de su placer. Unos metros más allá, el propietario del vehículo en persona, sentado bajo un buckeye , enjugaba el sudor de su rostro congestionado.

Aquella noche, los pinos que rodeaban la cabaña, sacudidos por la tempestad, arrastraban sus esbeltas ramas por encima del techo, y a lo lejos se oían el rugido y los embates de la impetuosa corriente del río. El socio de Tennessee se incorporó y dijo: Ya es hora, voy en busca de Tennessee; engancharé el carrito. Y se hubiera levantado de la cama a no habérselo impedido su criada.

No obstante, cuando sonó un golpe a la puerta y se dijo que el socio de Tennessee estaba allí para defender al prisionero, fue admitido en seguida sin el menor interrogatorio; acaso los miembros más jóvenes del jurado, para quienes los sucesos se prestaban a graves reflexiones, lo saludaban como un poderoso auxilio.

A eso, a eso voy continuó el socio de Tennessee. No seré yo quien diga algo contra él. Veamos, pues, el caso. Figurarse que a Tennessee le hace falta dinero, que le hace mucha falta dinero, y no le gusta pedirlo a su viejo socio. Está bien, ¿pues qué es lo que hace Tennessee? Echa el anzuelo a un forastero y pesca al forastero.

Y hoy, que es el último día... ya veis... Callose otra vez y frotó el cuarzo contra su manga. Como puede verse, el caso es duro para su socio... Y ahora, señores añadió bruscamente, recogiendo su pala de largo mango, se acabó el entierro; les doy las gracias y... Tennessee se las da también por la molestia que les ha ocasionado.

Al doblar la pequeña cresta que ocultaba a su vista Sandy-Bar, algunos, volviéndose hacia atrás, creyeron ver al socio de Tennessee, terminada ya su obra, sentado sobre la tumba, con la pala entre las rodillas y la cara sepultada en su rojo pañuelo de seda; pero otros arguyeron que, a tal distancia, no era posible distinguir la cara del pañuelo, y este punto no se esclareció jamás.

Restablecido el orden y después de haberse hecho comprender al buen hombre, por medio de enérgicas demostraciones, que la ofensa de Tennessee no podía ser expiada por compensaciones metálicas, su fisonomía tomó un color más sanguinolento aún, y los que estaban cerca de él notaron que su ruda mano experimentaba un ligero temblor.

Tanto en Red-Dog como en Sandy-Bar, se hizo causa común contra el bandolero, y Tennessee fue cazado en la trampa que se le había preparado.

Sea por una de tantas humoradas, que como ya he indicado eran características de Sandy-Bar, sea por razones más altruistas, el caso es que las dos terceras partes de los desocupados aceptaron en seguida la invitación que tan desinteresadamente se les hacía. Habían dado ya las doce, cuando el cuerpo de Tennessee fue puesto en manos de su socio.