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En la cárcel, y agobiado por sus pasiones, se ostenta en toda su plenitud el carácter del Príncipe, y mientras que, ya arrastrado por la ira, ya por el dolor ó el arrepentimiento, yace en su lecho, se le aparece una figura, que es su propio retrato, pero con rostro cadavérico, con una corona hecha pedazos en las manos y profetizándole su próximo fin.

Se levantó el anciano, pero ambos jóvenes se abalanzaron hacia él, y al volver a caer en su sillón, agobiado por el pesar y hondamente conmovido, se encontró con que los dos estaban a su lado arrodillados. Abráceme usted, querido tutor exclamó Amaury. Deme usted su bendición, tío mío suplicó Antonia.

Se cuenta que D. Ventura de la Vega, agobiado ya por las enfermedades y previendo su próxima muerte, llamó un día á sus hijos para confiarles, antes de morir, un misterioso secreto, cuya pesadumbre le abrumaba el alma. Después de recomendarles el sigilo, que ellos han roto, pecado de que creo debemos absolverlos, aquel padre cariñoso les confesó que el Dante le aburría. A no me aburre Göethe.

¿Hemos cambiado algo de entonces a la fecha? Hemos cambiado en frágiles apariencias; la entraña de nuestro pueblo es la misma. Es preciso algo más hondo y más eficaz: es preciso llevar al pueblo la seguridad de una vida sana y placentera. Un pueblo pobre es un pueblo de esclavos. No puede haber independencia ni fortaleza de espíritu en quien se siente agobiado por la miseria del medio.

Inútil es hablar de su recepción en el castillo de Monteagudo, y de la inmensa ventura que llenó aquel dichoso hogar, poco antes tan agobiado por la tristeza y el dolor. El barón León de Morel vivió todavía largos años, colmado de honores, tranquilo y feliz. La dicha de Roger de Clinton y su esposa adorada fué también completa.

Mientras el tío Frasquito buscaba en vano otro agujero y decidíase, no encontrándolo, a abrirlo él mismo disimuladamente con un cortaplumas, una gran sombra apareció en el fondo de la escena, deslizándose muy despacio, con el cuerpo agobiado, los pies arrastrados, la mano extendida... Era Diógenes, el cínico Diógenes, que al ver a los tres personajes pegados al telón, vueltos de espalda y puestos en cuclillas, detúvose un momento, dejando escapar una risa silenciosa, risa de chacal, risa de hiena, que de verla el tío Frasquito hubiera sentido erizarse los pelos e su peluca.

No qué edad puede tener nuestro viejo amigo; pero por muy lejos que se remonten mis recuerdos en lo pasado, lo hallo tal como lo he vuelto á ver: alto, seco, un poco agobiado, cabellos blancos, en desorden, ojos penetrantes, escondidos bajo mechones de cejas negras, y una fisonomía robusta y fina á la vez.

Hoy mismo, agobiado por la espantosa desgracia, en la calle, sin fortuna y sin crédito, sostenía que no, que la culpa no era de él, que la cosa había sucedido sin saber cómo, inopinadamente, por sorpresa o mala suerte, pero que estaba en lo cierto al asegurar que, lo que la Bolsa quita, la Bolsa vuelve a darlo. ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío! Gimió sin consuelo, largo rato.

También en la Fábrica observaba Amparo que las paisanas eran las menos federales, las menos calientes, llenas de escepticismo y de picardía, decían, meneando la cabeza, que a ellas la república «no las había de sacar de pobres». Alguna tenía sus puntas y ribetes de reaccionaria; y en conjunto, todas profesaban el pesimismo fatalista del labrador, agobiado siempre por la suerte, persuadido de que si las cosas se mudan, será para empeorarse.

El Génesis dice que las ropas de José eran de colores, y las que en el cuadro presentan sus hermanos a Jacob son pardas con ribetes blancos salpicados de sangre. En cambio Velázquez, interpretando el dolor propio de un padre, acaso más humanamente que los versículos del Génesis, puso a Jacob, no sólo agobiado de pena, sino con asomos de cólera.